Page 321 - Orgullo y prejuicio
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No volvieron a ver a Bingley hasta el martes, y, entretanto, la señora

                Bennet se entregó a todos los venturosos planes que la alegría y la constante
                dulzura  del  caballero  habían  hecho  revivir  en  media  hora  de  visita.  El
                martes  se  congregó  en  Longbourn  un  numeroso  grupo  de  gente  y  los

                señores que con más ansias eran esperados llegaron con toda puntualidad.
                Cuando entraron en el comedor, Elizabeth observó atentamente a Bingley

                para  ver  si  ocupaba  el  lugar  que  siempre  le  había  tocado  en  anteriores
                comidas al lado de su hermana; su prudente madre, pensando lo mismo, se

                guardó mucho de invitarle a que tomase asiento a su lado. Bingley pareció
                dudar,  pero Jane acertó a mirar sonriente a su  alrededor y  la cosa quedó

                decidida: Bingley se sentó al lado de Jane.
                     Elizabeth,  con  triunfal  satisfacción,  miró  a  Darcy.  Éste  sostuvo  la
                mirada  con  noble  indiferencia,  Elizabeth  habría  imaginado  que  Bingley

                había obtenido ya permiso de su amigo para disfrutar de su felicidad si no
                hubiese sorprendido los ojos de éste vueltos también hacia Darcy, con una

                expresión risueña, pero de alarma.
                     La  conducta  de  Bingley  con  Jane  durante  la  comida  reveló  la

                admiración que sentía por ella, y aunque era más circunspecta que antes,
                Elizabeth se quedó convencida de que si sólo dependiese de él, su dicha y la

                de Jane quedaría pronto asegurada. A pesar de que no se atrevía a confiar en
                el resultado, Elizabeth se quedó muy satisfecha y se sintió todo lo animada
                que su mal humor le permitía. Darcy estaba al otro lado de la mesa, sentado

                al lado de la señora Bennet, y Elizabeth comprendía lo poco grata que les
                era a los dos semejante colocación, y lo poco ventajosa que resultaba para

                nadie.  No  estaba  lo  bastante  cerca  para  oír  lo  que  decían,  pero  pudo
                observar que casi no se hablaban y lo fríos y ceremoniosos que eran sus

                modales cuando lo hacían. Esta antipatía de su madre por Darcy le hizo más
                penoso a Elizabeth el recuerdo de lo que todos le debían, y había momentos

                en que habría dado cualquier cosa por poder decir que su bondad no era
                desconocida ni inapreciada por toda la familia.
                     Esperaba que la tarde le daría oportunidad de estar al lado de Darcy y

                que no acabaría la visita sin poder cambiar con él algo más que el sencillo
                saludo  de  la  llegada.  Estaba  tan  ansiosa  y  desasosegada  que  mientras
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