Page 326 - Orgullo y prejuicio
P. 326
Pero cuando su madre había salido, Jane no quiso bajar sin alguna de
sus hermanas.
Por la tarde, la madre volvió a intentar que Bingley se quedara a solas
con Jane. Después del té, el señor Bennet se retiró a su biblioteca como de
costumbre, y Mary subió a tocar el piano. Habiendo desaparecido dos de los
cinco obstáculos, la señora Bennet se puso a mirar y a hacer señas y guiños
a Elizabeth y a Catherine sin que ellas lo notaran. Catherine lo advirtió
antes que Elizabeth y preguntó con toda inocencia:
––¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué me haces señas? ¿Qué quieres que haga?
––Nada, niña, nada. No te hacía ninguna seña.
Siguió sentada cinco minutos más, pero era incapaz de desperdiciar una
ocasión tan preciosa. Se levantó de pronto y le dijo a Catherine:
––Ven, cariño. Tengo que hablar contigo.
Y se la llevó de la habitación. Jane miró al instante a Elizabeth
denotando su pesar por aquella salida tan premeditada y pidiéndole que no
se fuera.
Pero a los pocos minutos la señora Bennet abrió la puerta y le dijo a
Elizabeth:
––Ven, querida. Tengo que hablarte.
Elizabeth no tuvo más remedio que salir.
––Dejémoslos solos, ¿entiendes? ––le dijo su madre en el vestíbulo––.
Catherine y yo nos vamos arriba a mi cuarto.
Elizabeth no se atrevió a discutir con su madre; pero se quedó en el
vestíbulo hasta que la vio desaparecer con Catherine, y entonces volvió al
salón.
Los planes de la señora Bennet no se realizaron aquel día. Bingley era
un modelo de gentileza, pero no el novio declarado de su hija. Su soltura y
su alegría contribuyeron en gran parte a la animación de la reunión de la
noche; aguantó toda la indiscreción y las impertinencias de la madre y
escuchó todas sus necias advertencias con una paciencia y una serenidad
que dejaron muy complacida a Jane.
Apenas necesitó que le invitaran para quedarse a cenar y, antes de que
se fuera, la señora Bennet le hizo una nueva invitación para que viniese a la