Page 327 - Orgullo y prejuicio
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mañana siguiente a cazar con su marido.
Después de este día, Jane ya no dijo que Bingley le fuese indiferente.
Las dos hermanas no hablaron una palabra acerca de él, pero Elizabeth se
acostó con la feliz convicción de que todo se arreglaría pronto, si Darcy no
volvía antes del tiempo indicado. Sin embargo, estaba seriamente
convencida de que todo esto habría tenido igualmente lugar sin la ausencia
de dicho caballero.
Bingley acudió puntualmente a la cita, y él y el señor Bennet pasaron
juntos la mañana del modo convenido. El señor Bennet estuvo mucho más
agradable de lo que su compañero esperaba. No había nada en Bingley de
presunción o de tontería que el otro pudiese ridiculizar o disgustarle
interiormente, por lo que estuvo con él más comunicativo y menos hosco de
lo que solía. Naturalmente, Bingley regresó con el señor Bennet a la casa
para comer, y por la tarde la señora Bennet volvió a maquinar para dejarle
solo con su hija. Elizabeth tenía que escribir una carta, y fue con ese fin al
saloncillo poco después del té, pues como los demás se habían sentado a
jugar, su presencia ya no era necesaria para estorbar las tramas de su madre.
Pero al entrar en el salón, después de haber terminado la carta, vio con
infinita sorpresa que había razón para temer que su madre se hubiera salido
con la suya. En efecto, al abrir la puerta divisó a. su hermana y a Bingley
solos, apoyados en la chimenea como abstraídos en la más interesante
conversación; y por si esto no hubiese dado lugar a todas las sospechas, los
rostros de ambos al volverse rápidamente y separarse lo habrían dicho todo.
La situación debió de ser muy embarazosa para ellos, pero Elizabeth iba a
marcharse, cuando Bingley, que, como Jane, se había sentado, se levantó de
pronto, dijo algunas palabras al oído de Jane y salió de la estancia.
Jane no podía tener secretos para Elizabeth, sobre todo, no podía
ocultarle una noticia que sabía que la alegraría. La estrechó entre sus brazos
y le confesó con la más viva emoción que era la mujer más dichosa del
mundo.
––¡Es demasiado! ––añadió. ¡Es demasiado! No lo merezco. ¡Oh! ¿Por
qué no serán todos tan felices como yo?