Page 330 - Orgullo y prejuicio
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cena, menos cuando algún bárbaro vecino, nunca detestado lo bastante, le

                invitaba a comer, y Bingley se creía obligado a aceptar.
                     Elizabeth tenía pocas oportunidades de conversar con su hermana, pues
                mientras  Bingley  estaba  presente,  Jane  no  tenía  ojos  ni  oídos  para  nadie

                más; pero resultaba muy útil al uno y al otro en las horas de separación que
                a  veces  se  imponían.  En  ausencia  de  Jane,  Bingley  buscaba  siempre  a

                Elizabeth para darse el gusto de hablar de su amada; y cuando Bingley se
                iba, Jane recurría constantemente al mismo consuelo. ––¡No sabes lo feliz

                que me ha hecho ––le dijo una noche a su hermana–– al participarme que
                ignoraba que yo había estado en Londres la pasada primavera! ¡Me parecía

                imposible!
                     ––Me lo figuraba. Pero ¿cómo se explica?
                     ––Debe  de  haber  sido  cosa  de  sus  hermanas.  La  verdad  es  que  no

                querían saber nada conmigo, cosa que no me extraña, pues Bingley hubiese
                podido encontrar algo mejor desde todos los puntos de vista. Pero cuando

                vean,  como  supongo  que  verán,  que  su  hermano  es  feliz  a  mi  lado,  se
                contentarán y volveremos a ser amigas, aunque nunca como antes.

                     ––Esto  es  lo  más  imperdonable  que  te  he  oído  decir  en  mi  vida  ––
                exclamó Elizabeth––. ¡Infeliz! Me irrita de veras que creas en la pretendida

                amistad de la señorita Bingley.
                     ––¿Creerás, Elizabeth, que al irse a la capital el pasado noviembre me
                amaba  de  veras  y  sólo  la  certeza  de  que  me  era  indiferente  le  impidió

                volver?
                     ––Se equivocó un poquito, en realidad; pero esto habla muy en favor de

                su modestia.
                     Esto indujo a Jane, naturalmente, a hacer un panegírico de la falta de

                presunción de su novio y del poco valor que daba a sus propias cualidades.
                     Elizabeth se alegró de que no hubiese traicionado a su amigo hablándole

                de la intromisión de éste, pues a pesar de que Jane poseía el corazón más
                generoso y propenso al perdón del mundo, esto podía haber creado en ella
                algún prejuicio contra Darcy.

                     ––Soy indudablemente la criatura más afortunada de la tierra exclamó
                Jane . ¡Oh, Lizzy, qué pena me da ser la más feliz de la casa! ¡Si por lo
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