Page 350 - Orgullo y prejuicio
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tardaron en mezclarse a estos otros deseos, pero creo que fue a la media
hora de haberla visto.
Entonces le explicó lo encantada que había quedado Georgiana al
conocerla y lo que lamentó la repentina interrupción de su amistad. Esto les
llevó, naturalmente, a tratar de la causa de dicha interrupción, y Elizabeth se
enteró de que Darcy había decidido irse de Derbyshire en busca de Lydia
antes de salir de la fonda, y que su seriedad y aspecto meditabundo no
obedecían a más cavilaciones que las inherentes al citado proyecto.
Volvió Elizabeth a darle las gracias, pero aquel asunto era demasiado
agobiante para ambos y no insistieron en él.
Después de andar varias millas en completo abandono y demasiado
ocupados para cuidarse de otra cosa, miraron sus relojes y vieron que era
hora de volver a casa.
––¿Qué habrá sido de Bingley y de Jane?
Esta exclamación les llevó a hablar de los asuntos de ambos. Darcy
estaba contentísimo con su compromiso, que Bingley le había notificado
inmediatamente.
––¿Puedo preguntarle si le sorprendió? ––dijo Elizabeth.
––De ningún modo. Al marcharme comprendí que la cosa era
inminente.
––Es decir, que le dio usted su permiso. Ya lo sospechaba.
Y aunque él protestó de semejantes términos, ella encontró que eran
muy adecuados.
––La tarde anterior a mi viaje a Londres ––dijo Darcy–– le hice una
confesión que debí haberle hecho desde mucho antes. Le dije todo lo que
había ocurrido para convertir mi intromisión en absurda e impertinente. Se
quedó boquiabierto. Nunca había sospechado nada. Le dije además que me
había engañado al suponer que Jane no le amaba, y cuando me di cuenta de
que Bingley la seguía queriendo, ya no dudé de que serían felices.
Elizabeth no pudo menos que sonreír al ver cuán fácilmente manejaba a
su amigo.
––Cuando le dijo que mi hermana le amaba, ¿fue porque usted lo había
observado o porque yo se lo había confesado la pasada primavera?