Page 348 - Orgullo y prejuicio
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––No  lo  dudo.  Entonces  me  suponía  usted  desprovisto  de  todo

                sentimiento elevado, estoy seguro. Nunca olvidaré tampoco su expresión al
                decirme  que  de  cualquier  modo  que  me  hubiese  dirigido  a  usted,  no  me
                habría aceptado.

                     ––No  repita  todas  mis  palabras  de  aquel  día.  Hemos  de  borrar  ese
                recuerdo. Le juro que hace tiempo que estoy sinceramente avergonzada de

                aquello.
                     Darcy le habló de su carta:

                     ––¿Le  hizo  a  usted  rectificar  su  opinión  sobre  mí?  ¿Dio  crédito  a  su
                contenido?

                     Ella  le  explicó  el  efecto  que  le  había  producido  y  cómo  habían  ido
                desapareciendo sus anteriores prejuicios.
                     ––Ya  sabía  ––prosiguió  Darcy––  que  lo  que  le  escribí  tenía  que

                apenarla, pero era necesario. Supongo que habrá destruido la carta. Había
                una parte, especialmente al empezar, que no querría que volviese usted a

                leer. Me acuerdo de ciertas expresiones que podrían hacer que me odiase.
                     ––Quemaremos la carta si cree que es preciso para preservar mi afecto,

                pero aunque los dos tenemos razones para pensar que mis opiniones no son
                enteramente inalterables, no cambian tan fácilmente como usted supone.

                     ––Cuando redacté aquella carta ––replicó Darcy me creía perfectamente
                frío y tranquilo; pero después me convencí de que la había escrito en un
                estado de tremenda amargura.

                     ––Puede que empezase con amargura, pero no terminaba de igual modo.
                La  despedida  era  muy  cariñosa.  Pero  no  piense  más  en  la  carta.  Los

                sentimientos de la persona que la escribió y los de la persona que la recibió
                son ahora tan diferentes, que todas las circunstancias desagradables que a

                ella se refieran deben ser olvidadas. Ha de aprender mi filosofía. Del pasado
                no tiene usted que recordar más que lo placentero.

                     ––No puedo creer en esa filosofia suya. Sus recuerdos deben de estar
                tan  limpios  de  todo  reproche  que  la  satisfacción  que  le  producen  no
                proviene  de  la  filosofía,  sino  de  algo  mejor:  de  la  tranquilidad  de

                conciencia. Pero conmigo es distinto: me salen al paso recuerdos penosos
                que no pueden ni deben ser ahuyentados. He sido toda mi vida un egoísta en
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