Page 167 - Cómo no escribir una novela
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Y entonces vi cómo el insumergible transatlántico se entregaba a las gélidas
profundidades. Era una noche clara, todas las estrellas titilaban como si
delicados fragmentos de un temible iceberg se hubieran alzado al cielo y
encontrado acomodo allí y tiraran del casco del imponente barco. Fue la
insolente arrogancia de la Edad de la Opulencia lo que nos hizo pensar que
podíamos construir un ingenio insumergible, pues fuimos ciegos a las masas
que se apelotonaban en tercera clase. Muchos de ellos se ahogarían pronto
porque algunos crueles miembros de la tripulación cobardemente no
quisieron abrir las puertas que los mantenían encerrados allí abajo.
Y puedo imaginarme, por ejemplo, a una madre tumbada en su litera con
sus dos pequeños, calmándolos mientras las frías aguas del océano iban
subiendo poco a poco. Otros, los más ricos, corrieron a lo loco como
animales hacia las cubiertas superiores, pero ya era demasiado tarde. Pese
a ser de alta cuna también ellos formaron una masa. Algunos fueron nobles
y valientes, se sacrificaron para ayudar a otros mientras llevaban aún sus
elegantes prendas de noche. Pero uno en particular se sirvió de un ardid
para huir en un bote salvavidas. Incluso llegó a cubrirse con un chal e
intentar hacerse pasar por una mujer. Fue una lección, supongo, tanto para
los ricos como para los pobres, que creyeron conocer el precio de todo pero
que en verdad no conocían el valor de nada, ni siquiera de los cuadros de
pintores vanguardistas que algún día serían de valor.
Aunque todos nosotros, salvo algunos académicos (y tal vez incluso ellos),
inconscientemente nos imaginamos algunas épocas pasadas a partir de ciertos
elementos culturales de la actualidad, no debes limitarte a documentarte en un
videoclub. Algunos lectores pueden haberse perdido tal película sobre la locura del rey
Jorge, pero otros reconocerán al instante las escenas y detalles que has tomado
prestados de esa película. Algunas veces estos préstamos son inconscientes, por lo que
es aconsejable detenerse a considerar si esas cortinas de terciopelo que acaban
convirtiéndose en un vestido para esa desesperada belleza del viejo Sur —el clímax de
tu libro— pueden sonarnos ligeramente.