Page 196 - Fantasmas
P. 196

FANTASMAS



           cidades,  recorriendo  una  calle  tras  otra  de la zona  residencial
           en que vivían, con  el cuello de su cazadora  subido y la cara  con-
           traída por el viento  helado.  Susannah  era  tres  años  mayor  que
           Finney,  pero  ambos  habían  nacido  el mismo  día, un  21  de ju-
           nio, un  hecho  que para ella revestía  una  importancia  mística.  Á
           Susannah  le encantaba  el ocultismo,  tenía una  baraja de tarot  y
           leía libros  sobre  la relación  entre  Stonehenge  y los extrate-
           rrestres.  Cuando  eran  más pequeños, tuvo un estetoscopio de ju-
           guete, que le gustaba colocar  en la cabeza de su hermano y usar-
           lo para escuchar  sus  pensamientos.  En una  ocasión, Finney sacó
           cinco  cartas  al azar  de una  baraja  y Susannah  las adivinó  todas
           con  sólo colocarle  el estetoscopio  en la frente —cinco  de espa-
           das, seis de tréboles,  diez y jota de diamantes  y as  de corazo-
           nes—,  pero  nunca  más  consiguió  repetir el truco.
                 Finney veía a su  hermana  mayor  buscándolo  por las ca-
           lles que,  en  su  imaginación,  estaban  libres  de tráfico  y de pea-
           tones.  El viento  soplaba  en  las copas  de los árboles  meciendo
           las ramas  desnudas,  de forma que parecían  arañar  fútilmente  el
           cielo encapotado.  A veces  Susannah  cerraba  los ojos como  pa-
           ra concentrarse  mejor en un  sonido  que la llamaba  desde la dis-
           tancia.  Lo escuchaba a él, aguardaba  a oír su  grito y que éste la
           guiara hasta  él gracias  a algún truco  de telepatía.
                 Susannah  giraba a la izquierda  y después  a la derecha,
           en  dos  movimientos  automáticos,  y descubría  una  calle  que
           nunca  antes  había  visto,  un  callejón  sin salida,  a ambos  lados
           del cual había  casas  con  aspecto  de estar  abandonadas,  los jar-
           dines  delanteros  sin cuidar  y juguetes  esparcidos  y olvidados
           en  las rampas  de entrada.  Al ver  esta  calle  el pulso se  le acele-
           raba; tenía  el fuerte  presentimiento  de que  el secuestrador  de
           Finney vivía  en  algún lugar de esa  travesía.  Seguía pedaleando
           más  despacio  y volviendo  la cabeza  a un  lado y otro,  inspec-
           cionando  con  inquietud cada casa  según pasaba por delante  de
           ella. Toda la calle parecía sumida en un  silencio  improbable,  co-



                                         194
   191   192   193   194   195   196   197   198   199   200   201