Page 197 - Fantasmas
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Joe  HiLt



     mo  si todos sus  habitantes  hubieran  sido  evacuados  semanas
     atrás junto con  sus  mascotas  y tras  haber cerrado  todas las puer-
     tas  y haber apagado cualquier luz. «Ésta no»,  decía para sí. «Ésa
     tampoco.»  Y así continuaba  hasta el final de la calle y la última
     de las casas.
           Bajaba un  pie y se  quedaba quieta apoyada en  la bicicle-
     ta.  Aún  no  había perdido  la esperanza,  pero  mientras  estaba
     allí parada,  mordiéndose  el labio,  empezaba  a pensar  que  no
     encontraría  a su  hermano,  que nadie  lo haría.  Era una  calle ho-
     rrible  y el viento  soplaba frío.  Podía  sentir  el frío  en  su  inte-
     rior, un  hormigueo  gélido detrás  del esternón.
           Entonces  escuchaba  un  ruido, un  tañido  metálico  que re-
     sonaba  de forma extraña.  Miraba  a su  alrededor,  tratando  de lo-
     calizar su procedencia,  y levantaba  los ojos hacia el último pos-
     te de teléfono  de la calle.  Unos  cuantos  globos de color negro
     se  habían  quedado  enganchados,  enredados  en  los cables.  El
     viento  luchaba  por liberarlos  y se  agitaban  y chocaban  entre
     sí, tratando  de soltarse.  Los  cables  telefónicos  los mantenían
     inamovibles  en  su  sitio.  Susannah  se  estremecía  al verlos.  Eran
     aterradores  —de  alguna manera  resultaban  aterradores—,  co-
     mo  una  mancha  negra  en  el cielo.  El viento  pulsaba las cuer-
     das que los ataban y las hacía vibrar.
           Cuando  sonó  el teléfono  Finney  abrió  los ojos.  La pe-
     queña historia  que se había  estado  imaginando  sobre  Susannah
     se  evaporó.  Había sido una  historia,  ni siquiera una  visión; una
     historia  de fantasmas  y el fantasma  era  él...  o lo sería  pronto.
     Se paró del colchón,  sorprendido  al comprobar que era  casi de
     noche...  y su  vista  se  posó en  el teléfono  negro.  Tenía  la im-
     presión  de que  el aire vibraba  ligeramente  como  resultado  del
     timbrazo  que emitían las oxidadas  campanillas  al chocar contra
     la clavija.
          Se puso  en pie. Sabía que el teléfono  no  podía sonar  real-
     mente  —lo que había oído era,  seguro,  producto de su  adorme-



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