Page 234 - Fantasmas
P. 234

FANTASMAS



            zos  de corteza  y ramitas  salieron  volando.  El cielo  giraba a mi
            alrededor  y el estómago  me  dio tal vuelco  que  sentí náuseas.
            Tardé un  instante  en  darme  cuenta  de que no  me  estaba cayen-
            do, y de que me  encontraba  mirando  el jardín como  si siguiera
            sentado  en  una  de las ramas  altas del árbol.
                 Dirigí una  mirada  nerviosa  a Nicky,  que  me  la devolvió
            con  la boca abierta.
                 Yo tenía las rodillas  pegadas al pecho y los brazos  exten-
            didos  a ambos  lados  del cuerpo,  como  buscando  el equilibrio.
            Flotaba  en  el aire  sin nada  que  me  sujetara.  Me tambaleé a la
            derecha y después  a la izquierda,  como  un  huevo  que no  llega
            a caerse.
                 —¿Eric? —dijo mi hermano  con  voz  débil.
                 —¿Nicky?  —respondí  con  el tono  de voz  de siempre.
            Una  brisa  se  colaba  por  entre  las ramas  desnudas  del álamo  y
            las hacía  chocar  unas  contra  otras.  La capa  ondeaba  a mi es-
            palda.
                 —Baja,  Eric —dijo mi hermano—.  Baja.
                  Hice un  esfuerzo  por serenarme  y me  obligué a mirar por
            encima  de mis rodillas  en  dirección  al suelo.  Mi hermano  tenía
            los brazos  extendidos  hacia  el cielo, como  si quisiera  agarrar-
            me  de los tobillos  y tirar de mí hacia  abajo, aunque  estaba  de-
            masiado  lejos del árbol y de mis pies para  hacerlo.
                  Algo brilló  cerca  de mí y levanté  la vista.  La capa  ha-
            bía estado  sujeta a mi cuello  por un  broche  dorado  que  atra-
            vesaba  las dos puntas  de la manta,  pero  había desgarrado  una
            de ellas y ahora  colgaba.  Entonces  recordé  que había  oído al-
            go romperse  cuando  se  partió la rama.  -
                  El viento  sopló de nuevo y el álamo  gimió. La brisa se co-
            ló entre  mi pelo y levantó  la capa.  La vi alejarse volando,  como
            tirada  por cables  invisibles  y, con  ella, voló  también  mi suje-
            ción. Me precipité hacia delante y aterricé  en  el suelo  a gran ve-
            locidad,  tanta  que ni siquiera tuve  tiempo de gritar.



                                          232
   229   230   231   232   233   234   235   236   237   238   239