Page 238 - Fantasmas
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FANTASMAS



           mana o así, me  había  hecho  desear  vivir  desnudo  y descalzo
           en  mi propia isla, con  una  tribu  de niños  a los que dominar  y
           dirigir en  salvajes  rituales.  Había  leído  y releído  las partes
           en  las que Jack se  pinta la cara,  sintiendo  deseos  de hacer  lo
           mismo,  embadurnarme  de barro  de colores, volverme  primi-
           tivo, irreconocible,  libre.
                Nick se  sentó  junto a Angie, enfurruñado  por tener  que
           compartirla  conmigo.  No podía hablar  del libro con  nosotros,
           porque  no  lo había leído.  Él siempre había estado  en  las clases
           de literatura  avanzada,  donde  leían a Milton y a Chaucer,  mien-
           tras  que yo sacaba  calificaciones  suficientes  en  ¡Aventuras  li-
           terarias!,  un  curso  para  futuros  conserjes  y técnicos  de aire
           acondicionado.  Éramos  chicos  tontos  y sin futuro,  y en  pre-
           mio  a nuestra  estupidez  nos  daban a leer los libros  que  más
           nos  gustaban  en  realidad.
                De vez  en  cuando  Angie miraba  el televisor  y nos  hacía
           una  pregunta  provocadora,  del tipo: «¿Les parece  que está bue-
           na  esa  chica?  ¿Les daría pena  que una  luchadora  desnuda  en
           lodo les diera una  paliza, o en  realidad  les gustaría?».  No que-
           daba claro a cuál de los dos se dirigía, y yo respondí casi siem-
           pre en primer lugar, sólo para llenar los silencios.  Nick se  com-
           portaba como  si le hubieran  cosido  otra  vez  la mandíbula  y
           esbozaba  su  triste  sonrisa  cada vez  que  mis respuestas  hacían
           reír  a Angie, que,  una  vez,  mientras  se  reía con  especial  entu-
           siasmo,  apoyó una  mano  en  mi brazo.  Nick se  enfurruñó  tam-
           bién con  eso.


                 Angie y yo fuimos  amigos durante  dos años  antes  de be-
           sarnos  por primera vez,  dentro  de un  armario  y durante  una
           fiesta en  la que ambos  estábamos  borrachos  y mientras  los de-
           más  se  reían  y gritaban  nuestros  nombres  desde  el otro  lado
           de la puerta.  Tres  meses  más  tarde  hicimos  el amor  en  mi dor-

           mitorio,  con  las ventanas  abiertas  y envueltos  en  la suave  brisa



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