Page 233 - Fantasmas
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Joe  HiLL



     a continuación,  yo mismo  no  lo hubiera  creído.  Más tarde  me
     habría  dicho  que  se había  tratado  de una  fantasía  angustiosa,
     un  delirio  fruto  del terror  y la conmoción  del momento.
           Nicky estaba  a unos  cinco  metros  de mí, mirándome  fu-
     rioso  y hablando  de lo que  me  haría  cuando  bajara. Yo soste-
     nía su  máscara,  en  realidad  un  antifaz  del Llanero  Solitario,  con
     agujeros  para  los ojos, y la agitaba.
           —Ven  a buscarme,  hombre  Raya —dije.
           —Más  te vale quedarte  a vivir  ahí arriba.
           —Tengo rayas  en mis calzoncillos  que huelen mejor que tú.
           —Vale,  estás  muerto  —fue  todo lo que dijo mi hermano,
     que  devolvía  insultos  con  la misma  habilidad  con  que  tiraba
     piedras;  es  decir:  ninguna.
          —Raya, Raya, Raya —repetí, porque  el nombre  en  sí mis-
     mo  ya era  suficientemente  burlón.
          Mientras  canturreaba  avanzaba  por la rama.  La capa  se
     me  había deslizado  del hombro  y tuve  que colocármela  con  el
     brazo.  Pero  cuando  intenté  seguir avanzando  hacia delante  ti-
     ró de mí y me  hizo perder el equilibrio.  Escuche  cómo  se  ras-
     gaba la tela y sujetándome  con  los dos  brazos,  me  aferré  con
     fuerza a la rama,  arañándome  la barbilla.  La rama  se hundió  ba-
     jo mi peso,  después rebotó, después se hundió  otra vez...  y en-
     tonces  escuché  un  crujido, un  sonido  seco  y quebradizo  que re-
     tumbó  en  el aire fresco  de noviembre.  Mi hermano  palideció.
          —;¡Eric!  —gritó—.  ¡Agárrate,  Eric!
          ¿Por qué me  decía  que  me  agarrara?  La rama  se  rompía,
    lo que necesitaba  era  alejarme  de ella.  ¿Es que  estaba  demasia-
    do asustado  como  para  darse  cuenta  de ello, o acaso  una  parte
    de su  subconsciente  quería verme  caer?  Me quedé paralizado,
    luchando  mentalmente  por encontrar  una  solución,  y en  el mo-
    mento  exacto  en  que  dudé, la rama  cedió.
          Mi hermano  retrocedió  de un  salto.  La rama  rota,  de me-
    tro  y medio  de longitud, cayó a sus  pies y se hizo pedazos. Tro-




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