Page 64 - Fantasmas
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FANTASMAS



                  Alec  avanzó  con  cuidado  entre  la oscuridad  hasta  el
            VITAPHONE.  A la izquierda  del proyector  había una  ventana
            que daba a la sala de cine y Alec la miró largo rato,  dudando  de
            si se  atrevería,  hasta  que por fin pegó la cara  al cristal  y miró
            hacia  abajo.
                  Una  luz azul  de medianoche  procedente  de la pantalla
            alumbraba  la sala:  de nuevo  el director,  con  la silueta  de la or-
            questa  detrás.  El narrador  estaba presentando  la siguiente pie-
            za  musical.  Alec  bajó la vista  y escudriñó  las filas  de butacas.
            No  le fue difícil  localizar  dónde  había  estado  sentado,  en  una
            esquina casi vacía  al final de la sala, a la derecha.  Una parte  de
            él esperaba verla todavía  allí, con  la cara  vuelta  hacia el techo y
            cubierta  de sangre,  los ojos tal vez  fijos en  él. La idea de verla
            le llenaba  de una  mezcla  de temor  y euforia  nerviosa,  y cuan-
            do se  dio cuenta  de que no  estaba  allí, la decepción  que  sintió
            lo sorprendió  un  tanto.
                  Empezó  la música:  primero  el son  vacilante  de los violi-
            nes,  subiendo  y bajando  en  intensidad,  y después una  serie de
            estallidos  amenazadores  procedentes  de los metales,  sonidos
            casi militares.  La vista de Alec se alzó una  vez  más en  dirección
            a la pantalla  y permaneció  allí. Sintió  cómo  un  escalofrío  le re-
            corría  el cuerpo  y notó  que  se  le erizaba  la piel de los ante-
            brazos.  En la pantalla,  los muertos  se  levantaban  de sus  tum-
            bas, un  ejército de espectros  en  blanco  y negro  que surgían del
            suelo y se  elevaban  hacia el cielo nocturno.  Un demonio  de an-
            chas  espaldas  los conminaba  desde  la cima  de una  colina.  Los
            espectros  acudían  a su  encuentro  con  los jirones  de sus  suda-
            rios  blancos  revoloteando  alrededor  de sus  cuerpos  demacra-
            dos y las caras  angustiadas  y dolientes.  Alec  contuvo  el alien-
            to  y siguió mirando  la pantalla  mientras  en  su  interior  crecía
            un  sentimiento  que era  mezcla  de asombro  y conmoción.
                  Entonces  el demonio  abrió  una  grieta en  la montaña:  el
            Infierno.  Las llamas  crecían  y los condenados  saltaban  y baila-




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