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más audible, oí el zumbido de caracola de alguna fuerza en crecimiento,
                fusionante. Me parecía oler el amargo aroma a ozono de los relámpagos por
                surgir. Comencé a tomar notas para un libro que, casi con certeza, no viviré lo
                bastante para escribir. Y al mismo tiempo, seguía adelante con mi vida. En un
                estrato de mi mente estaba y estoy viviendo con los horrores más grotescos y
                descabellados. En otro, continúo llevando la vida mundana de un bibliotecario de
                ciudad pequeña. Pongo libros en los estantes, extiendo carnets a nuevos socios,
                apago los monitores que los lectores descuidados suelen dejar encendidos,
                bromeo con Carole Danner sobre lo mucho que me gustaría acostarme con ella y
                ella responde bromeando sobre lo mucho que le gustaría acostarse conmigo y los
                dos sabemos que, en realidad, ella está bromeando y yo no, así como los dos
                sabemos que ella no se quedará mucho tiempo en una población tan pequeña
                como Derry, mientras que yo estaré aquí hasta mi muerte, pegando las páginas
                desgarradas del Business Week, participando en las reuniones semanales para
                decidir adquisiciones, con la pipa en una mano y un montón de folletos en la otra...
                y despertando en medio de la noche, con el puño apretado contra la boca para no
                gritar.
                   Los tópicos góticos están errados por completo. No se me ha puesto el pelo
                blanco. No camino dormido. No he comenzado a hacer comentarios crípticos ni
                llevo una babilla de espiritismo en el bolsillo de la chaqueta. Tal vez río un poco
                más, eso es todo, y a veces mi risa debe sonar algo estridente y rara, porque a
                veces la gente me mira con extrañeza cuando río.
                   Una parte de mí -la parte que Bill llamaría "la voz de la Tortuga"- dice que
                debería llamarlos a todos esta misma noche. Pero ¿estoy completamente seguro?
                ¿Quiero estar completamente seguro? No, por supuesto que no. Pero lo que ha
                pasado con Adrian Mellon se parece tanto a lo que pasó con George, el hermano
                de Bill el Tartaja, en el otoño de 1957...
                   Si es cierto que ha comenzado otra vez, los llamaré. Es preciso. Pero todavía
                no; es demasiado temprano. La última vez comenzó lentamente y no se puso en
                marcha hasta el verano de 1958. Por lo tanto... espero. Y lleno la espera con
                palabras escritas en este libro, con largos momentos de mirar el espejo para ver el
                extraño en que se ha convertido el niño.
                   La cara del niño era tímida y libresca, la cara del hombre es la de un cajero de
                banco en una película del Oeste, el tipo que nunca habla, el que sólo debe
                levantar las manos y poner cara de susto cuando entran los atracadores. Y si el
                guión requiere que los malos maten a alguien, a él le corresponde morir.
                   El mismo Mike de siempre. Algo soñador en su mirada, tal vez, y un poco
                ojeroso por el mal dormir, pero no tanto que se note a simple vista, sólo a la
                distancia de un beso, por ejemplo, y hace mucho tiempo que no estoy tan cerca de
                nadie. Quien me eche una mirada sin prestar atención, podría pensar: "Ha estado
                leyendo demasiado." Pero eso es todo. Difícilmente adivinaría que el hombre de
                blanda cara de cajero de banco está luchando duramente por resistir, por aferrarse
                a su propia mente.
                   Si tengo que hacer esas llamadas, tal vez mate a alguno de ellos.
                   Es una de las cosas que debo enfrentar en las largas noches, cuando el sueño
                no llega, tendido en la cama, con mis conservadores pijamas azules y las gafas
                bien dispuestos en la mesilla, junto al vaso de agua que siempre pongo allí por si
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