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1906, al menos hasta que estalló la Fundición Kitchener; lo que estuvo aquí en
1876 y 1877; lo que ha aparecido cada veintisiete años, aproximadamente. A
veces viene algo antes; a veces algo después... pero siempre viene. A medida que
uno retrocede en el tiempo, las notas falsas son más difíciles de hallar, porque los
registros se tornan más escasos y más grandes los agujeros de polilla en medio
de la historia de la zona. Pero sabiendo dónde buscar (y cuándo buscar), se
avanza mucho hacia la solución del problema. Pero eso siempre vuelve.
Eso.
Por lo tanto... sí: creo que tendré que hacer esas llamadas. Por algún motivo,
nosotros hemos sido elegidos para detenerlo definitivamente. ¿La ciega fatalidad?
¿La ciega fortuna? ¿O es esa maldita Tortuga, otra vez? ¿Acaso da órdenes,
además de hablar? No lo sé y dudo que tenga importancia. Por entonces, hace
tantos años, Bill dijo: "La Tortuga no puede ayudarnos", y si fue cierto entonces,
debe ser cierto ahora.
Los recuerdo de pie en el agua, cogidos de las manos, haciendo aquella
promesa de regresar si eso volvía a empezar alguna vez. Casi como druidas en
círculo, con las manos sangrando su propia promesa, palma contra palma. Un rito
tan antiguo como la humanidad, tal vez, una desprevenida espita abierta en el
árbol de todos los poderes: el que crece en la frontera entre la tierra de todo lo
sabido y la de todo lo sospechado.
Porque las similitudes...
Pero aquí estoy haciendo el papel de Bill Denbrough. Tartamudeo una y otra vez
sobre el mismo terreno, recito unos cuantos hechos y un montón de suposiciones
desagradables y bastante etéreas, tornándome más obsesivo a cada párrafo. No
sirve. Es inútil. Hasta peligroso. Pero cuesta tanto esperar los acontecimientos...
Se supone que estas notas son un esfuerzo por ir más allá de la obsesión,
ampliando el foco de mi atención. Después de todo, el asunto no se reduce sólo a
seis chicos y una chica, ninguno de ellos feliz, ninguno de ellos aceptado por sus
padres, que cayeron en una pesadilla durante cierto verano caluroso, cuando
Eisenhower ocupaba aún la presidencia. Es un intento de retirar un poco la
cámara hacia atrás, por así decirlo, para ver toda la ciudad, un sitio en donde casi
treinta y cinco mil personas trabajan, comen, duermen, copulan, hacen compras,
conducen vehículos, caminan, van a la escuela, van a la cárcel y, a veces,
desaparecen en la oscuridad.
Para saber qué es un lugar, creo necesario saber qué fue. Y si tuviera que
determinar un día en el que todo esto volvió a empezar, para mí sería aquél, a
principios de la primavera de 1980, en que fui a ver a Albert Carson, fallecido el
verano pasado a los noventa y un años, tan lleno de honores como de años. Fue
jefe de bibliotecarios, aquí mismo, entre 1914 y 1960, un período increíblemente
largo (claro que él fue un hombre increíble). Consideré que, si alguien podía saber
con qué historia de esta zona era mejor empezar, ése era Albert Carson. Le
planteé mi pregunta mientras estábamos sentados en su porche y él me dio la
respuesta con un graznido. Ya estaba luchando contra el cáncer que, a su debido
tiempo, lo mataría.
--Ninguna de ellas vale una mierda, como bien sabes.
--Entonces, ¿por dónde debo empezar?
--¿Empezar qué, maldita sea?