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--Teniendo en cuenta las cosas que he oído en los dos últimos años, tendrá que
ir muy lejos para convencerme de que está loco -le dije.
El me devolvió la sonrisa, pero sin humor.
--Una noche estaba lavando los platos, como siempre. Fue en el otoño de 1958,
cuando las cosas ya se habían calmado. Mi esposa estaba arriba, durmiendo.
Betty fue la única hija que Dios quiso darnos y cuando la mataron mi esposa
empezó a dormir mucho. La cosa es que saqué el tapón y el agua empezó a
correr por el sumidero. ¿Sabe ese ruido que hace el agua Jabonosa cuando se va
por la tubería? Como si algo la chupara, ¿no? Estaba haciendo ese ruido, pero yo
no le prestaba atención, pensaba en que tenía que ir a cortar un poco de leña en
el cobertizo. Y justo cuando ese ruido empezaba a apagarse, oí que mi hija estaba
allí abajo. Oí a Betty en esos malditos tubos. Se reía. Estaba en algún lugar, allá,
en la oscuridad, riendo. Pero parecía que estaba gritando, si uno prestaba
atención. O las dos cosas al mismo tiempo. Gritaba y reía en las tuberías. Fue la
única vez en mi vida que oí una cosa así. Quizá lo imaginé, pero...
Nos miramos. La luz que caía desde las ventanas sucias lo llenaba de años
dándole el aspecto de un Matusalén. Recuerdo que en ese momento sentí frío,
mucho frío.
--¿Cree que le estoy mintiendo? -me preguntó el viejo, ese viejo que, en 1957,
tenía alrededor de cuarenta y cinco años, el viejo a quien Dios sólo había dado
una hija, llamada Betty Ripsom. Betty había sido encontrada en Jackson Street,
justo después de Navidad, en ese año. Estaba congelada, sus restos
completamente desgarrados.
--No -dije-, no creo que esté mintiendo, señor Ripsom.
--Y usted también está diciendo la verdad -observó él con una especie de
extrañeza-. Se lo veo en la cara.
Creo que iba a decirme algo más pero la campana sonó ásperamente detrás de
nosotros. Un coche acababa de acercarse a los surtidores. Al sonar la campana
los dos dimos un brinco y yo solté un gritito. Ripsom se puso de pie y renqueó
hasta el coche limpiándose las manos con un trapo. Cuando volvió me miró como
si yo fuera un desconocido desagradable que acabara de llegar. Me despedí y
abandoné el lugar.
Hay otro punto en el que Buddinger e Ives están de acuerdo: las cosas no están
bien en Derry; nunca han estado bien.
Vi a Albert Carson por última vez apenas un mes antes de su muerte. Su
garganta había empeorado mucho, sólo podía emitir un susurro sibilante.
--¿Todavía piensas escribir una historia de Derry, Hanlon?
--Todavía juego con la idea -dije, aunque no planeaba exactamente eso y creo
que él lo sabía.
--Te llevaría veinte años -susurró-. Y nadie querría leerla. Déjalo así, Hanlon. -
Hizo una pausa antes de agregar-: Buddinger se suicidó, ¿lo sabías?
Lo sabía, por supuesto, pero sólo porque la gente siempre habla y yo había
aprendido a escuchar. El artículo del News hablaba de una caída accidental y era
cierto que Branson Buddinger había sufrido una caída. Lo que el News no
mencionaba es que se había caído de un banquillo puesto junto a su ropero, ni
que en esos momentos tenía un nudo corredizo al cuello.
--¿Sabes lo del ciclo? -le pregunté.