Page 99 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 99
decir cómo te llamas, porque los tartamudos tienen más problema con los
sustantivos que con otras palabras. Y de todas las palabras del mundo, la que les
da más trabajo es su nombre de pila.
--Tartamudeabas. -Audra sonrió como si Bill acabara de contar un chiste y ella
no acabara de entenderlo.
--Hasta que George murió, yo tartamudeaba moderadamente - dijo Bill.
Ya comenzaba a oír que las palabras se le duplicaban en la mente, como si
estuvieran infinitesimalmente separadas en el tiempo. Las palabras surgían con
facilidad, con su cadencia común, pero mentalmente oía palabras tales como
Georgie y moderadamente, que se superponían convirtiéndose en G-G-Georgie y
m-momoderadamente.
--Es decir, tenía momentos realmente difíciles, sobre todo cuando me llamaban
a dar la lección y especialmente si sabía la respuesta y quería darla. Pero en
general me las arreglaba. Después de la muerte de George, empeoré mucho. Más
adelante, alrededor de los catorce o quince años, las cosas empezaron a mejorar.
Fui a la escuela secundaria de Chevrus, en Portland, y allí había una especialista,
la señora Thomas, que era estupenda. Ella me enseñó algunos trucos muy
buenos, como el de pensar en mi segundo nombre antes de decir: "Hola, me llamo
Bill Denbrough." Como yo estudiaba francés, me enseñó a usar ese idioma
cuando me atascaba en una palabra. Si estás como un disco rayado, p-p-pa-pa...
sintiéndote perfectamente estúpido, piensas en francés y le mouchoir sale de tu
lengua como una flecha. Siempre. Y en cuanto lo has dicho en francés puedes
volver a tu idioma y dices "pañuelo" sin dificultad. Si te quedas atascado en una
palabra con s, como semilla o sordo, la ceceas: cemilla, zordo, y no tartamudeas.
"Todo eso ayudó, pero sobre todo me ayudó olvidar Derry y todo lo que había
pasado allí. Porque fue entonces cuando sobrevino el olvido, mientras vivíamos en
Portland y yo iba a Chevrus. No lo olvidé todo de golpe, pero ahora comprendo
que ocurrió en un período notablemente breve. Tal vez no más de cuatro meses.
Mi tartamudeo y mis recuerdos desaparecieron juntos. Alguien borró la pizarra con
todas las ecuaciones viejas.
Bebió lo que quedaba de zumo.
--Cuando tartamudeé al decir "preguntaras", hace un minuto, fue la primera vez
en veintiún años, tal vez. -Miró a Audra-. Primero las cicatrices. Después, el t-tar-
tartamudeo. ¿Lo ves?
--¡Lo estás haciendo a propósito!protestó ella, asustada.
--No. Supongo que no hay modo de convencer a nadie, pero es cierto. El
tartamudeo es algo curioso, Audra. Fantasmal. Por una parte, ni siquiera te das
cuenta de que lo haces. Pero... también es algo que se oye en la mente. Es como
si una parte de tu cabeza funcionara un segundo adelantada al resto. O como
esos sistemas de reverberación que los chicos solían poner en sus cacharros en
la década del cincuenta, en que el sonido de la bocina de atrás surgía una fracción
de segundo después que en la de adelante.
Se levantó para caminar por la habitación, inquieto. Se le veía cansado. Audra
pensó, con cierta inquietud, en lo mucho que había trabajado en los últimos trece
años, como si pudiera justificar su moderado talento con un furioso ritmo de
trabajo, casi sin pausa. Se encontró dando vueltas a una idea inquietante. Trató de
borrarla, pero no pudo. ¿Y si la llamada hubiera sido a Ralph Foster, desde la