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como su pulgar torcido o la extraña melladura de uno de sus dientes, aquella que
                tocaba con la lengua cuando se ponía nervioso.
                   Beverly era un dulce sueño; las golosinas, una dulce realidad. Las golosinas
                eran sus amigas. Por eso mandó a paseo al extraño pensamiento, y éste se fue en
                silencio, sin provocar ningún escándalo. Entre la tienda y la biblioteca, devoró
                todas las golosinas de la bolsa. Tenía la firme intención de guardar algunas para la
                noche, mientras veía la televisión. Esa noche emitían Rescate, con Kenneth Tobey
                como el intrépido piloto de helicóptero, y Dragnet, donde los casos eran reales,
                pero se habían cambiado los nombres para proteger a las personas inocentes, y
                su policial favorito, Patrulla de caminos, donde Broderick Crawford representaba al
                teniente Dan Matthews. Broderick Crawford era su héroe preferido. Broderick
                Crawford era veloz, era rudo; Broderick Crawford no se dejaba avasallar por
                nadie... y, sobre todo, Broderick Crawford era gordo.
                   Llegó a la esquina de Costello y Kansas y cruzó hacia la Biblioteca Pública. En
                realidad se trataba de dos edificios: la vieja estructura de piedra delante,
                construida en 1890 con dinero de los potentados de la madera, y, detrás, el
                edificio nuevo, más bajo, donde funcionaba la biblioteca para niños. Ambas se
                comunicaban por un corredor encristalado.
                   Allí, cerca del centro, Kansas Street era de dirección única, así que Ben sólo
                miró a la derecha, antes de cruzar. De haber mirado a la izquierda se hubiera
                llevado una horrible sorpresa. A la sombra de un viejo roble, en el prado del
                Centro Social de Derry, a una manzana de distancia, estaban Belch Huggins,
                Victor Criss y Henry Bowers.



                   5.


                   --Atrapémoslo, Hank.
                   Victor estaba casi jadeando.
                   Henry observó al gordo que cruzaba la calle correteando entre bamboleos de
                panza, el remolino de la cabeza parecía un resorte y el culo se le meneaba dentro
                de los pantalones como los de las chicas. Calculó la distancia que los separaba y
                la que separaba a Hanscom de la biblioteca, donde estaría a salvo.
                Probablemente podrían atraparlo antes de que entrara, pero también era posible
                que Hanscom comenzara a gritar. No habría sido nada raro, con semejante
                marica. Y en ese caso podía intervenir algún adulto. Henry no quería
                interferencias. Esa perra de la Douglas lo había suspendido en lengua y en
                matemáticas. Tendría que hacer los cursos de preparación durante un mes, en el
                verano. Henry habría preferido repetir. En ese caso, el padre lo habría castigado
                una sola vez. Si tenía que dejarlo ir a la escuela por cuatro horas diarias durante
                cuatro semanas, en la temporada de más trabajo, era posible que lo castigara
                cinco o seis veces, hasta más. Sólo se reconcilió con su sombrío futuro pensando
                en vengarse con ese gordo idiota esa misma tarde.
                   --Sí, vamos -apoyó Belch.
                   --Esperaremos a que salga.
                   Vieron que Ben abría una de las grandes puertas y entraba. Entonces se
                sentaron en el suelo a fumar y a contar cuentos mientras esperaban.
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