Page 127 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 127

tal vez no. Ya nadie puede estar seguro de nada, salvo de que ahí fuera hay un
                maníaco que se ensaña con los pequeños. ¿Lo entiendes, Ben?
                   El volvió a asentir.
                   --¿Y sabes a qué me refiero cuando digo que podrían ser crímenes sexuales?
                   Ben no lo sabía -al menos con exactitud-, pero volvió a asentir. Si su madre se
                sentía en la obligación de hablarle de los pájaros y las abejas, además de ese otro
                asunto, creyó que moriría de vergüenza.
                   --Me preocupo por ti, Ben. Me preocupa no estar cuidándote como debería.
                   Ben se removió en el asiento.
                   --Pasas demasiado tiempo solo. Tú...
                   --Mamá...
                   --No me interrumpas -dijo ella-. Tienes que andar con cuidado, Benny. Viene el
                verano y no quiero estropearte las vacaciones, pero tienes que andar con cuidado.
                Quiero que estés en casa a la hora de cenar, todos los días. ¿A qué hora
                cenamos siempre?
                   --A las seis en punto.
                   --¡Exacto! Entonces escucha: si pongo la mesa y te sirvo la leche y todavía no
                estás lavándote las manos en el baño, cogeré el teléfono y llamaré a la policía
                para denunciar tu desaparición. ¿Comprendes?
                   --Sí, mamá.
                   --¿Y te das cuenta de que hablo muy en serio?
                   --Probablemente molestaría a la policía por nada, si tuviera que hacerlo. Sé lo
                que hacen los chicos. Sé que en las vacaciones se entusiasman con sus
                proyectos y sus juegos, siguiendo a las abejas hasta las colmenas, jugando a la
                pelota, pateando latas y cosas por el estilo. Ya ves que tengo una idea bastante
                aproximada de lo que haces con tus amigos.
                   Ben asintió, pensando que si ella ignoraba que él no tenía amigos,
                probablemente no sabía tanto como creía de su niñez. Pero no se le habría
                ocurrido decírselo, ni en diez mil años.
                   Ella sacó algo del bolsillo de su bata y se lo entregó. Era una pequeña caja de
                plástico. Ben la abrió y quedó boquiabierto.
                   --¡Ah! -exclamó, sin disimular en absoluto su admiración-. ¡Gracias!
                   Era un reloj. Timex con números de plata y correa de imitación de cuero. Ella le
                había dado cuerda. Se oía el tictac.
                   --¡Jo! ¡Está super! -Le dio un abrazo entusiasta y un fuerte beso en la mejilla.
                   Ella sonrió complacida e hizo un gesto de asentimiento. Luego volvió a ponerse
                seria.
                   --Póntelo, consérvalo puesto, úsalo, dale cuerda, cuídalo, no lo pierdas.
                   --Vale.
                   --Ahora no tienes excusa para llegar tarde. Recuerda lo que te dije: si no llegas a
                tiempo, la policía te buscará por mí. Al menos hasta que atrapen al chiflado que
                está matando niños por aquí, no te atrevas a llegar un minuto tarde o me tendrás
                al teléfono.
                   --Sí, mamá.
                   --Otra cosa. No quiero que vayas solo por ahí. Sabes que no debes aceptar
                golosinas de desconocidos ni subirte a coches de extraños (los dos estamos de
                acuerdo en que no eres tonto). Y eres grande para tu edad. Pero un adulto, sobre
   122   123   124   125   126   127   128   129   130   131   132