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Leyó Carretera peligrosa por un rato y no era malo en absoluto. Trataba de un
muchacho que conducía muy bien, por cierto, pero había un policía aguafiestas
que se pasaba la vida tratando de hacerle bajar la velocidad. Ben descubrió que
en Iowa, donde ocurría la acción, no había límite de velocidad. Eso era estupendo.
Al cabo de tres capítulos levantó la mirada y se encontró con algo totalmente
nuevo: un cartel que mostraba a un alegre cartero que entregaba una carta a un
alegre niño. Decía: "Las bibliotecas también son para escribir. ¿Por qué no envías
hoy mismo una carta a un amigo? ¡Sonrisas garantizadas!
Bajo el cartel había tarjetas postales preselladas, sobres presellados también y
papel de cartas con un dibujo de la Biblioteca Pública de Derry en tinta azul. Los
sobres costaban cinco centavos; las postales, tres; el papel, dos hojas por
centavo.
Ben palpó su bolsillo. Aún tenía allí los cuatro centavos restantes de las botellas.
Marcó la página en el libro y volvió al mostrador.
--¿Me daría una de esas postales, por favor?
--Con mucho gusto, Ben.
Como de costumbre, la señora Starrett se sintió encantada por su cortesía y algo
entristecida por su gordura. Su madre habría dicho que el niño estaba cavando su
tumba con cuchillo y tenedor. le dio la postal y lo vio volver a su asiento. En esa
mesa podían sentarse seis, pero Ben era el único ocupante. Ella nunca había visto
a Ben con otros chicos. Era una pena, porque Ben Hanscom, en su opinión,
guardaba grandes tesoros en su interior.
8.
Ben sacó su bolígrafo; bajó la punta con un chasquido y anotó la dirección:
"Señorita Beverly Marsh, Main Street, Derry, Maine, Zona 2." No sabía el número
exacto de su edificio, pero la madre le había dicho que los carteros tienen una idea
bastante aproximada de las direcciones cuando han pasado un tiempo en sus
puestos. Si el cartero que se encargaba de esa zona entregaba su postal,
magnífico. Si no, iría a la oficina de correspondencia de vuelta y sólo habría
perdido tres centavos. La carta no volvería a él, por cierto, porque no tenía
intención de poner el remitente.
Llevando la tarjeta con la dirección vuelta (no quería riesgos, aunque no
reconocía a ninguno de los presentes), tomó unas hojas de un bloc y volvió a su
asiento. Comenzó a garabatear, tachar y garabatear otra vez.
En la última semana de clases, antes de los exámenes, habían estado leyendo y
redactando haiku en la clase de lengua. Haiku era una forma poética japonesa,
breve y disciplinada. El haiku, según la señora Douglas, sólo podía tener diecisiete
sílabas, ni más ni menos. Por lo común se concentraba en una sola imagen que
se vinculaba con una emoción específica: tristeza, alegría, nostalgia, felicidad...
amor.
Ben había quedado encantado con el concepto. Las clases de lengua no le
interesaban demasiado. Sin embargo, en el concepto de haiku había algo que le
despertaba la imaginación. La idea lo hacía feliz, como la explicación de la señora
Starrett sobre el efecto invernadero. El haiku era poesía buena, en opinión de Ben,