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porque era poesía estructurada. No tenía reglas secretas: diecisiete sílabas, una
                imagen vinculada con una emoción y nada más. Abracadabra. Contenida en sí
                misma y dependiente de sus propias reglas. Hasta le gustaba la palabra en sí, un
                deslizamiento de aire quebrado, como a lo largo de una línea de puntos, por el
                sonido de la "k", en el paladar: haiku.
                   "Su pelo", pensó y la vio bajar los peldaños de la escuela con la cabellera
                moviéndose sobre sus hombros. El sol no parecía destellar en él, sino arder.
                   Después de trabajar unos veinte minutos (con una pausa para ir en busca de
                más hojas para notas), buscando palabras que no fueran demasiado largas,
                cambiando, eligiendo, Ben logró esto:
                   Tu pelo es fuego de invierno,
                   Rescoldo de enero.
                   Allí arde también mi corazón.
                   No era magistral, pero no le salía nada mejor. Temía que, si le daba muchas
                vueltas, acabaría por acobardarse y hacer algo mucho peor. O por no hacer nada.
                Y no quería que ocurriera eso. El instante en que ella le dirigió la palabra había
                sido un momento culminante para Ben y quería grabarlo en su memoria.
                Probablemente Beverly estuviera enamorada de algún chico mayor, de sexto
                curso, tal vez hasta de la secundaria, y pensaría que él le había enviado el haiku.
                Eso la haría feliz; por lo tanto, el día en que lo recibiera, quedaría marcado en su
                propia memoria.
                   Copió el poema completo en el dorso de la postal, con letras de imprenta, como
                quien copia una nota de rescate y no un poema de amor; guardó el bolígrafo en el
                bolsillo y la tarjeta contra la cubierta de Carretera peligrosa. Luego se levantó y se
                despidió de la señora Starrett.
                   --Adiós, Ben -dijo ella-. Que disfrutes de tus vacaciones.
                   Pero no te olvides del toque de queda.
                   --No lo olvidaré.
                   Caminó lentamente por el pasillo acristalado entre los dos edificios disfrutando
                del calor ("Efecto invernadero", pensó, satisfecho de sí) seguido por el fresco de la
                biblioteca para adultos. Un anciano leía el News en una de las antiguas sillas de la
                sala de lectura. El titular destellaba: "Dulles promete la ayuda de tropas
                norteamericanas para líbano en caso necesario". También había una foto de Ike
                estrechando la mano de un árabe en el Jardín de las Rosas. La madre de Ben dijo
                que, cuando el país eligiera presidente a Hubert Humphrey en 1960, tal vez las
                cosas volvieran a moverse. Ben tenía una vaga conciencia de que reinaba algo
                llamado recesión y su madre tenía miedo de quedarse sin trabajo.
                   Un titular menos llamativo, en la mitad inferior de la página, decía: "La policía
                sigue buscando al psicópata".
                   Ben abrió la pesada puerta de entrada de la biblioteca y salió.
                   En el extremo de la calle había un buzón. Ben sacó la postal guardada en el libro
                y la echó al buzón. En el momento en que se le deslizaba de los dedos,
                experimentó un pequeño sobresalto: "¿Y si se da cuenta de que fui yo?"
                   "No seas estúpido", se respondió, algo alarmado por esa excitante idea.
                   Salió a Kansas Street, apenas consciente de la dirección que llevaba y sin que le
                importase en absoluto. En su mente comenzaba a formarse una fantasía. En ella,
                Beverly Marsh se le acercaba, con los ojos verdegrises muy abiertos y el cabello
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