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estaba diciendo. Era como un televisor con el sonido al mínimo. Y el mundo
                flotaba, flotaba...
                   "¡No vayas a desmayarte! -chilló su mente, presa del pánico-. ¡Si te desmayas
                es capaz de matarte!"
                   El mundo volvió a una especie de foco. Ben vio que tanto Belch como Victor
                habían dejado de reír. Parecían nerviosos, casi asustados. Eso tuvo el efecto de
                una bofetada reanimadora. Ben pensó: "Ahora, de pronto, no saben qué va a
                hacer Henry, de qué es capaz. Las cosas están tan mal como pensabas, tal vez
                peor. Tienes que usar la cabeza. Aunque nunca lo hayas hecho, aunque no
                vuelvas a hacerlo, ahora tienes que pensar. Porque en sus ojos se ve que los
                otros tienen motivos para sentirse nerviosos. En sus ojos se ve que está más loco
                que una cabra."
                   --Esa respuesta está mal, Tetas -dijo Henry-. Si alguien, cualquiera, te pide que
                lo dejes copiar, me importa una mierda que lo hagas. ¿Entendido?
                   --Sí -dijo Ben, con el estómago sacudido por los sollozos-. Sí, entiendo.
                   --Bien. Aún falta lo más difícil. ¿Estás preparado?
                   --Sí, creo que sí.
                   Un coche se acercó lentamente hacia ellos. Era un polvoriento Ford 1951, con
                una pareja de ancianos en el asiento delantero, como un par de maniquíes
                abandonados. Ben vio que el viejo giraba lentamente la cabeza hacia él. Henry se
                acercó más ocultando la navaja. Ben sintió que la punta se le hundía por encima
                del ombligo. Todavía estaba fría. Parecía imposible, pero así era.
                   --Si gritas -dijo Henry- tendrás que recoger tus tripas.
                   Estaban tan cerca que hubieran podido besarse. Ben sintió el olor dulzón de los
                chicles de fruta que comía Henry.
                   El coche continuó por Kansas Street, lento y sereno como si desfilara en un
                acontecimiento oficial.
                   --Bueno, Tetas, aquí va la segunda pregunta. Si yo te pido que me dejes copiar
                en los exámenes finales, ¿qué contestarás?
                   --Que sí, que sí.
                   Henry sonrió.
                   --Así me gusta. Eres inteligente, Tetas. Y aquí va la tercera pregunta. ¿Qué
                puedo hacer para que no lo olvides?
                   --No... no sé -susurró Ben.
                   Henry sonrió. Por un momento se le iluminó el rostro. Parecía casi hermoso.
                   --Ya sé -dijo, como si hubiera descubierto una gran verdad-. ¡Ya sé, Tetas! ¡Voy
                a grabarte mi nombre en esa barriga grande que tienes!
                   Victor y Belch volvieron a reír. Ben sintió una especie de loco alivio, pensando
                que todo era una broma, un susto que los tres le habían dado. Pero Henry Bowers
                no reía. Ben comprendió, de pronto, que Victor y Belch reían porque ellos también
                sentían alivio. Para ambos era obvio que Henry no podía hablar en serio. Pero así
                era.
                   La navaja se deslizó hacia arriba. En la piel pálida de Ben apareció una brillante
                línea roja.
                   --¡Eh! -gritó Victor. Fue un sonido sofocado, sorprendido.
                   --¡Sujetadlo! -rugió Henry-. ¡Sujetadlo, capullos!
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