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reconocimiento policial, corría paralela al canal en su salida de la ciudad y cada
pocas semanas la policía sacaba el coche de algún borracho de las aguas
contaminadas por las cloacas y los desechos de las fábricas. De vez en cuando se
pescaba algún pez en el canal, pero sólo eran mutantes no comestibles.
En el noroeste de la ciudad, al lado del canal, el río había sido dominado, al
menos, hasta cierto punto. Allí prosperaba el comercio, a pesar de alguna
inundación ocasional. La gente caminaba junto al canal, a veces de la mano (es
decir, siempre que el viento viniera del flanco adecuado; de lo contrario, el hedor
restaba gran parte de romanticismo al paseo). En el parque Bassey, frente al cual,
cruzando el canal, estaba la escuela secundaria, solían organizarse campamentos
de boys scouts o picnics para los pequeños. En 1969, los ciudadanos descubrían
con asco y horror que los hippies (uno de ellos había llegado a coser una bandera
norteamericana al fondillo de sus pantalones, pero el marica insolente fue
expulsado de la ciudad) iban allí para fumar marihuana e intercambiar píldoras.
Hacia 1969, el parque Bassey se había convertido en una verdadera farmacia al
aire libre. "Ya verán -decía la gente-, tendrá que morir alguien para que acaben
con esto." Y, por supuesto, al fin ocurrió: un muchacho de diecisiete años apareció
muerto junto al canal, con las venas llenas de heroína casi pura. Después de
aquello, los drogatas empezaron a alejarse del parque Bassey y hasta se decía
que el espíritu del muerto rondaba el lugar. La historia era estúpida, por supuesto,
pero al menos era una estupidez útil ya que mantenía lejos de allí a los borrachos
y los viciosos.
En la parte sudoeste de la ciudad, el río presentaba un problema aún mayor. Allí
las colinas habían sido profundamente cortadas por la desaparición del gran
glaciar y heridas, más adelante, por la interminable erosión del Kenduskeag y su
red de tributarios; en muchos lugares aparecía el lecho rocoso, como el esqueleto
medio enterrado de un dinosaurio. Los viejos empleados del Departamento de
Obras Públicas sabían que, tras la primera helada fuerte del otoño, no faltarían
trabajos de reparación de aceras en ese sector. El cemento se contraía
tornándose quebradizo y el suelo rocoso surgía bruscamente como si la tierra
quisiera dar algo a luz.
Lo que mejor crecía en el poco suelo fértil restante eran las plantas de raíces
poco profundas y de naturaleza resistente; en otras palabras: hierbas y matorrales.
Arbustos achaparrados, matas densas y virulentas proliferaciones de hiedra y
zumaque en sus variedades venenosas brotaban dondequiera que encontrasen
asidero. El sudoeste era el sitio donde la tierra descendía abruptamente hacia la
zona que los habitantes de Derry denominaban Los Barrens. Los Barrens, que no
tenían nada de yermos, eran una franja de unos dos kilómetros y medio de ancho
por cuatro y medio de largo. Limitaba, a un lado, con el tramo superior de Kansas
Street, por el otro, con Old Cape, un conjunto de viviendas para personas de
escasos recursos donde el drenaje era tan malo que se hablaba de inodoros y
desaguaderos literalmente reventados.
El Kenduskeag corría por el centro de Los Barrens. La ciudad había crecido
hacia el nordeste y a ambos lados de ese sector, pero el único vestigio de
urbanización allá abajo era la bomba número tres de Derry (instalación municipal
para bombear las aguas residuales) y el vertedero municipal. Desde el aire, Los
Barrens parecían una gran daga verde señalando hacia el centro de la ciudad.