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todo si está loco, puede dominar a un niño si se lo propone. Cuando vayas al
parque o la biblioteca, ve con uno de tus amigos.
--De acuerdo, mamá.
Ella volvió a mirar por la ventana y soltó un suspiro.
--Mal andan las cosas cuando se llega a una situación como ésta. De cualquier
modo, en esta ciudad hay algo feo. Siempre lo he pensado. -Se volvió a mirarlo,
con ceño-. Vagabundeas tanto, Ben... Has de conocer casi todos los lugares de
Derry, ¿no? Al menos la parte poblada.
Ben no creía conocer todos los lugares; pero sí muchos. Y el inesperado regalo
lo había emocionado tanto que habría estado de acuerdo con su madre aun si ella
hubiera sugerido que John Wayne hiciera de Adolf Hitler en una comedia musical.
Asintió.
--Nunca viste nada, ¿verdad? -preguntó ella-. ¿Algo, alguien... sospechoso?
¿Algo extraño? ¿Cualquier cosa que te asustara?
En su entusiasmo por el reloj, estuvo a punto de decirle lo que le había ocurrido
en enero. Abrió la boca y algo, una intuición poderosa, se la cerró.
¿Qué era ese algo, exactamente? Intuición. Ni más ni menos. Hasta los niños
pueden intuir las complejas responsabilidades de los mayores de vez en cuando y
percibir que, en algunos casos, es más bondadoso guardar silencio. Fue eso, en
parte, lo que indujo a Ben a cerrar la boca. Pero había algo más, algo no tan
noble. Su madre podía ser dura. Podía ser autoritaria. Nunca lo llamaba "gordo",
sino "grande" ("demasiado grande para tu edad") y cuando había sobras de la
cena, con frecuencia se las llevaba a él, que estaba viendo la tele o haciendo sus
deberes, y él las comía, aunque una parte borrosa de su persona se odiaba por
hacerlo (pero no a su madre por ponerle la comida delante. Ben Hanscom jamás
se habría atrevido a odiar a su madre; Dios lo habría fulminado con un rayo, si
hubiera sentido, siquiera por un segundo, una emoción tan malvada y
desagradecida). Y una parte aún más borrosa de sí mismo, el lejano Tíbet de sus
pensamientos más profundos, sospechaba los motivos ocultos que llevaban a su
madre a administrarle esa alimentación constante. ¿Era sólo amor maternal? Sí,
sin duda. Pero... él dudaba. Ella ignoraba que Ben no tenía amigos. Esa falta de
conocimiento le inspiraba desconfianza. No sabía cuál podía ser la reacción de su
madre ante lo que le había pasado en enero. Si algo había pasado. Volver a las
seis y quedarse en casa no era tan malo. Tal vez podría leer, ver televisión,
comer, construir cosas con su Mecano. Pero tener que pasarse todo el día en la
casa sería muy malo, y si le contaba lo que había visto -o creído ver- en enero, era
posible que ella lo obligara a eso.
Así que, por diversos motivos, Ben no reveló la historia.
--No, mamá -dijo-. Sólo al señor Mckibbon revolviendo los cubos de basura.
Eso la hizo reír; no le gustaba el señor Mckibbon, que era republicano, además
de "cristero". Esa risa cerró el tema.
Esa noche, Ben permaneció despierto hasta tarde, pero no por la idea de quedar
desamparado y sin padres en un mundo duro. Se sentía amado y seguro, tendido
en su cama, a la luz de la luna que entraba por la ventana. De vez en cuando, se
acercaba el reloj al oído para percibir su tictac y a los ojos para admirar su esfera.
Por fin se quedó dormido. Soñó que estaba jugando béisbol con los otros niños
en la parcela vacante tras el aparcamiento de camiones de Tracker Hermanos.