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coronel de la fuerza aérea, de cuarenta años, con esposa y tres hijos en Nuevo
                México. Otro cumplía condena en Shawshank por robo a mano armada.
                   Uno de sus amigos, pensaba la policía. O un desconocido, quizá un maníaco
                sexual.
                   Si era un maníaco sexual, al parecer la había tomado también con los varones.
                A finales de abril, un profesor de secundaria, que realizaba una excursión con sus
                alumnos, había divisado un par de zapatillas de deporte rojas y una prenda de
                pana azul sobresaliendo de una boca de alcantarilla en Merit Street. Ese extremo
                de Merit había sido cerrado con vallas y el asfalto retirado con excavadoras el
                otoño anterior, ya que la extensión de la autopista de peaje pasaría por allí con
                rumbo a Bangor.
                   El cadáver era de Matthew Clements, de tres años, cuya desaparición habían
                denunciado sus padres el día anterior. Su foto salió en la primera plana del Derry
                News. Era un chiquillo de cabello oscuro que sonreía a la cámara. La familia
                Clements vivía en Kansas Street al otro lado de la ciudad. Su madre, tan aturdida
                por el golpe que parecía sumida en una campana de cristal de calma absoluta, dijo
                a la policía que Matty había estado subiendo y bajando por la acera con su triciclo
                ante la casa, situada en la esquina de Kansas y Kossuth Lane. Fue a poner la
                ropa lavada en la secadora y cuando volvió a mirar por la ventana para vigilar a
                Matty, ya no estaba. Sólo quedaba su triciclo tumbado en el césped entre la acera
                y la calle. Una de las ruedas traseras aun giraba perezosamente.
                   Eso fue demasiado para el comisario Borton. Al día siguiente, en una sesión
                especial del concejo, propuso el toque de queda. Fue aceptado por unanimidad y
                se puso en práctica al día siguiente. Los niños pequeños debían ser vigilados en
                todo momento por un "adulto cualificado", según el artículo del News. Un mes
                atrás, en la escuela de Ben se había organizado una asamblea especial. El
                comisario acudió y aseguró a los niños que no había nada que temer, mientras
                siguieran algunas reglas sencillas: no hablar con desconocidos, no subir a
                automóviles a menos que conocieran a sus conductores, recordar siempre que "el
                policía es un amigo"... y cumplir el toque de queda.
                   Dos semanas antes, al mirar dentro de una alcantarilla de Neibolt Street un niño
                al que Ben apenas conocía (estaba en el otro quinto curso de la escuela), había
                visto algo que parecía un montón de pelo flotando. Ese Frankie, o Freddy, Ross (o
                tal vez Roth), había salido a buscar tesoros con un artefacto de su propia
                invención al que llamaba "El fabuloso palo de goma". Cuando hablaba de él, uno
                se daba cuenta de que lo pensaba así, en letras mayúsculas y tal vez de neón. "El
                fabuloso palo de goma" era una rama de haya con una gran bola de chicle pegada
                en el extremo. En su tiempo libre, Freddy (o Frankie) caminaba por Derry con su
                artefacto espiando las cloacas y alcantarillas. A veces veía dinero, casi siempre
                monedas de un centavo, pero a veces de diez y hasta de veinticinco (por algún
                motivo que sólo él conocía, se refería a estas últimas con el nombre de
                "monstruos de muelle".) Una vez divisado el dinero, Frankie o Freddy y "El
                fabuloso palo de goma" entraban en acción: un toque de la goma, introduciendo el
                palo por la rejilla y la moneda estaba en su bolsillo.
                   Ben había oído rumores sobre Frankie o Freddy y su palo de goma, mucho
                antes de que el niño apareciera bajo los flashes al descubrir el cadáver de
                Veronica Grogan. "Es un asqueroso", había confiado a Ben Richie Tozier. Éste era
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