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Para Ben, toda esa geografía acoplada con geología sólo significaba una vaga
noción de que, a su lado derecho, ya no había casas; la tierra había descendido.
Una desvencijada barandilla blanqueada, que le llegaba más o menos a la cintura,
corría a lo largo de la acera, como gesto simbólico de protección. Oía
constantemente el correr del agua; era el fondo musical de su fantasía.
Se detuvo para mirar sobre Los Barrens aún imaginando los ojos de Beverly y el
limpio olor de su pelo.
Desde allí, el Kenduskeag parecía sólo una serie de guiños entrevistos por el
denso follaje. Algunos chicos decían que allí había mosquitos grandes como
gorriones en esa época del año; otros hablaban de arenas movedizas a poca
distancia del río. Ben no creía lo de los mosquitos, pero la idea de que hubiera
ciénagas lo asustaba.
Hacia la izquierda divisó una nube de gaviotas que describía círculos en el aire y
se lanzaba en picado. Sus gritos le llegaron apenas. Al otro lado estaban Los Altos
de Derry y los techados de Old Cape, en su parte más próxima a Los Barrens. A la
derecha de Old Cape, señalando al cielo como un dedo blanco y romo, estaba
situada la torre depósito de Derry. Directamente debajo de Ben, una tubería de
desagüe herrumbrado sobresalía de la tierra vertiendo aguas residuales colina
abajo, en un pequeño arroyuelo centelleante que desaparecía entre los arbustos
enredados.
La agradable fantasía de Ben se quebró súbitamente ante una idea horrible: ¿y
si por esa tubería, en ese mismo instante, aparecía una mano de muerto? ¿Y si,
cuando él se volviera para huir, viera un payaso allí mismo? Un payaso extraño,
vestido con un traje abolsado con grandes pompones color naranja en lugar de
botones. ¿Y si...?
Una mano cayó sobre su hombro. Ben gritó.
Hubo risas. Giró en redondo encogiéndose contra la barandilla blanca que
dividía la acera protectora de Kansas Street de los salvajes Barrens (la barandilla
crujió) y vio a Henry Bowers, Belch Huggins y Victor Criss.
--Hola, Tetas -dijo Henry.
--¿Qué quieres? -preguntó Ben, tratando de mostrarse valiente.
--Quiero atizarte -dijo Henry. Parecía dispuesto a ello y sus ojos negros echaban
chispas-. Tengo que enseñarte algo, Tetas. No te molestará, porque a ti te
encanta aprender cosas, ¿verdad?
Alargó la mano hacia Ben, que la esquivó.
--Sujetadlo.
Belch y Victor le inmovilizaron los brazos. Ben lanzó un chillido, cobarde, débil y
conejuno, pero no podía evitarlo. "Por favor, Dios, que no me hagan llorar y que no
me rompan el reloj", pensó Ben, desesperado. No sabía si llegarían a romperle el
reloj o no, pero estaba seguro de que lo harían llorar, estaba seguro de que
lloraría a mares antes de que acabaran con el.
--Chillas como un cerdo -dijo Victor, torciendo la muñeca de Ben-. ¿No chilla
como un cerdo?
--Ya lo creo -rió Belch.
Ben intentó zafarse. Belch y Victor volvieron a inmovilizarlo.
Henry cogió la sudadera de Ben y tiró hacia arriba descubriendo el grotesco
vientre que pendía sobre el cinturón.