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Ya no quedaba nada reflexivo en la cara de Henry. En esos momentos era el
rostro retorcido de un demonio.
--¡Por Dios, Henry, no irás a cortarlo de verdad! -aulló Belch y su voz sonó
aguda, casi como la de una niña.
A partir de ese momento las cosas se precipitaron pero para Ben fueron muy
lentas; todo ocurrió en una serie de instantáneas, como en los ensayos
fotográficos de la revista Life. Su pánico había desaparecido. De pronto descubría
algo dentro de él. Como el pánico no tenía ninguna utilidad, ese algo se lo comió
por entero.
En la primera instantánea, Henry le había levantado la sudadera hasta las
tetillas. Le brotaba sangre del corte vertical practicado por encima de su ombligo.
En la segunda, Henry bajaba otra vez la navaja operando a toda velocidad como
un cirujano lunático bajo un bombardeo. Brotó más sangre. "Retroceder -pensó
Ben fríamente, en tanto la sangre corría hacia abajo, acumulándose entre la
cintura de sus vaqueros y su piel-. Tengo que retroceder. Sólo así podré escapar."
Belch y Victor ya no lo sujetaban. A pesar de la orden de Henry, se habían
apartado, horrorizados. Pero si echaba a correr, Bowers lo atraparía.
En la tercera, Henry unió los dos trazos verticales con una breve línea horizontal.
Ben sintió que la sangre le corría hasta debajo de los calzoncillos, un caracol
pegajoso se le deslizaba por el muslo izquierdo.
Henry se inclinó hacia atrás, arrugando el ceño, con la estudiada concentración
del artista que pinta un paisaje. "Después de H viene E", se dijo Ben. Y fue eso lo
que lo puso en movimiento. Se echó un poco hacia adelante y Henry volvió a
empujarlo. Ben chocó contra la barandilla que separaba Kansas Street del
terraplén hacia Los Barrens. Al hacerlo, levantó el pie derecho y lo plantó en el
vientre de Henry. No era un acto de venganza. Ben sólo quería aumentar su
impulso hacia atrás. Y entonces, al ver la expresión de sorpresa en la cara de
Henry, se sintió colmado de una alegría salvaje tan intensa que, por una fracción
de segundo, tuvo la sensación de que la cabeza le iba a estallar.
Entonces se oyó un chasquido en la barandilla. Ben vio que Victor y Belch
sujetaban a Henry, antes de que cayera sentado en la alcantarilla, junto a los
restos de Bravucón; un momento después, Ben caía hacia atrás, en el vacío. Cayó
con un grito que era casi una carcajada.
Golpeó contra el terraplén con la espalda y las nalgas, justo por debajo de la
tubería que había visto un rato antes. Fue una suerte haber caído más abajo. De
lo contrario, bien podría haberse roto la columna. Se hundió en un espeso
almohadón de hierbas y apenas sintió el impacto. Dando tumbos, acabó sentado y
siguió deslizándose por la cuesta, hacia atrás, con la sudadera enredada
alrededor del cuello; sus manos lanzaban zarpazos en busca de apoyo, pero no
hacían sino arrancar manojos de pasto.
La cima del terraplén (parecía imposible haber estado, un momento atrás, de pie
allí arriba) retrocedió con loca velocidad de dibujitos animados. Vio que Victor y
Belch lo miraban, con caras de asombro. Tuvo tiempo de lamentarse por los libros
de la biblioteca. Y entonces chocó violentamente contra algo y estuvo a punto de
seccionarse la lengua con los dientes.
Era un árbol caído que le había frenado casi al precio de partirle la pierna
izquierda. Ben trepó por el terraplén liberando su pierna con un gruñido. El árbol lo