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¿Que se podía decir de eso?
                   Oh, claro que el martillo común, el Craftsman, estaba todavía allí. El que faltaba
                era el Scotti, el que no rebotaba, el martillo especial del padrastro, que ni él ni
                Dorsey podían tocar. "Si alguien toca esto -les había dicho después de comprarlo-,
                le voy a poner las tripas de bufanda." Dorsey había preguntado, tímidamente, si
                era muy caro. El viejo le dijo que no fuera curioso, joder. Dijo que no se lo podía
                hacer rebotar, por fuerte que fuese el golpe.
                   Y ya no estaba.
                   Si las calificaciones de Eddie eran bajas, se debía a que había perdido muchos
                días de clase desde el nuevo casamiento de su madre, pero el chico no tenía nada
                de tonto. Y creía saber lo que había sido del martillo Scotti. Tal vez su padrastro lo
                había usado para golpear a Dorsey y después lo había enterrado en el jardín o
                tirado al canal. Esa clase de cosas ocurría con frecuencia en las historietas de
                terror que Eddie leía, las que guardaba en el último estante de su armario.
                   Se acercó un poco más al canal, que ondulaba entre sus flancos de cemento
                como seda aceitada. Una brazada de rayos de luna reverberaba en su superficie
                oscura, tomando forma de boomerang. Eddie se sentó, balanceando ociosamente
                las zapatillas contra el cemento. Como las seis semanas anteriores habían sido
                bastante secas, el agua pasaba a unos tres metros de sus suelas gastadas. Pero
                si uno miraba con atención los muros del canal, se podían ver los diversos niveles
                a los que subía de vez en cuando. Un poco por encima del nivel actual, el cemento
                estaba manchado de color pardo oscuro. Esa mancha parduzca se decoloraba
                poco a poco hasta el amarillo; después, hasta un color casi blanco, allí donde los
                talones de Eddie tocaban la pared.
                   El agua fluía suave y silenciosamente de una arcada de cemento, adoquinada
                por dentro, más allá del sitio donde Eddie estaba sentado: después seguía hacia
                el puente de madera cubierto que unía el parque Bassey con el instituto
                secundario. Los lados y el suelo del puente, hasta las vigas del techo, estaban
                cubiertos con un jeroglífico de iniciales, números telefónicos y declaraciones.
                Declaraciones de amor, declaraciones de que Fulana la chupaba, declaraciones
                de que a los maricas se les llenaría el culo de alquitrán caliente. De vez en cuando
                declaraciones excéntricas e indescifrables. La que había intrigado a Eddie a lo
                largo de toda la primavera decía: "Salve a los rusos judíos. Gane valiosos
                premios."
                   ¿Qué significaba eso exactamente? ¿Tenía algún significado? ¿Tenía alguna
                importancia?
                   Eddie no fue esa noche al Puente de los Besos; no tenía ninguna prisa por
                cruzar al lado del instituto secundario. Probablemente dormiría en el parque, quizá
                sobre las hojas secas que se acumulaban bajo el estrado de la orquesta; pero por
                el momento prefería estar sentado allí. Le gustaba estar en el parque; iba allí con
                frecuencia cuando necesitaba pensar. A veces había gente disponiéndose para
                pasar la noche en los bosquecillos del parque, pero Eddie no se metía con ellos y
                ellos no se metían con él. En los recreos escolares había oído horribles historias
                sobre los invertidos que paseaban por el parque Bassey después del anochecer;
                aunque las aceptaba, a él nunca lo habían molestado. El parque era un sitio
                apacible, y la mejor parte era, para él, exactamente aquella en que se encontraba.
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