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parecía estar fuera de sus posibilidades. Pero todo estaba bien. En unos
                segundos su mente estallaría, y después nada tendría importancia. La mano de
                Dorsey era pequeña, pero implacable. Las nalgas de Eddie se deslizaron hacia el
                canal.
                   Gimiendo, echó una mano atrás y se aferró al borde de cemento, para tirar de sí
                hacia atrás. Sintió que la mano perdía asidero y oyó un siseo furtivo. Tuvo tiempo
                para pensar: "Ese no es Dorsey. No sé qué es, pero no es Dorsey." Entonces la
                adrenalina inundó su cuerpo y lo hizo reptar hacia atrás, exhalando el aliento en
                silbidos breves y chillones.
                   Sobre el borde de cemento del canal aparecieron dos manos blancas. Hubo un
                ruido como de un lambetazo. Gotas de agua volaron hacia arriba, en el claro de
                luna, desde la piel pálida y muerta. La cara de Dorsey apareció sobre el borde. En
                sus ojos hundidos, relucieron sordas chispas rojas. Su pelo mojado se adhería al
                cráneo y el lodo le rayaba las mejillas.
                   Por fin, el pecho de Eddie se desatascó. Aspiró profundamente y lanzó un
                alarido. Se puso de pie y echó a correr. Corría mirando por encima del hombro
                para saber dónde estaba Dorsey y, como resultado, se estrelló contra un viejo
                olmo.
                   Sintió como si alguien (su padrastro por ejemplo) le hubiera hecho estallar una
                carga de dinamita en el hombro izquierdo. Muchas estrellas salieron disparadas o
                girando en tirabuzón por su cabeza. Cayó al pie del árbol como herido por un
                hacha de guerra, con la sangre goteándole por la sien izquierda. Pasó noventa
                segundos, tal vez, nadando en las aguas de la semiinconsciencia. Luego se las
                arregló para levantarse otra vez. Soltó un quejido cuando trató de mover el brazo
                izquierdo. Estaba entumecido. Levantó la mano derecha y se frotó la cabeza, que
                le dolía ferozmente.
                   Entonces recordó por qué se había estrellado contra el olmo. Miró en derredor.
                   Allí estaba el muro del canal, blanco como hueso y recto como una flecha bajo el
                claro de luna. No había rastros de la cosa que había salido del canal... si acaso
                había existido esa cosa. Siguió girando, lentamente, hasta completar un círculo. El
                parque Bassey estaba silencioso e inmóvil como una fotografía en blanco y negro.
                Los sauces llorones balanceaban sus brazos finos, tenebrosos, al abrigo de los
                cuales podía acechar cualquier cosa, encorvada y demente.
                   Eddie echó a andar, tratando de mirar en todas direcciones al mismo tiempo. El
                hombro dislocado le palpitaba en dolorosa sincronización con el ritmo cardíaco.
                   --Eddieee -gemía la brisa entre los árboles-, ¿no quieres verme, Eddieee? -
                Sintió que unos fláccidos dedos de cadáver le acariciaban el cuello. Giró en
                redondo, levantando las manos. Se le enredaron los pies y cayó, pero comprobó
                que habían sido sólo las hojas de sauce movidas por la brisa.
                   Se levantó. Quería correr, pero cuando lo intentó otra carga de dinamita estalló
                en su hombro. Tuvo que detenerse. Sabía que a esa altura debería estar
                superando el susto, y se calificó de tonto por aterrorizarse ante un reflejo o por
                quedarse dormido y tener una pesadilla. Pero no era así. El corazón ya le latía tan
                deprisa que no era posible distinguir un latido de otro; tuvo la certeza de que
                pronto le estallaría de miedo. No podía correr, pero cuando salió de entre los
                sauces alcanzó un paso de trote renqueante.
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