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cuervo, un cuervo tuerto; sólo querría que el niño lo viera antes de atacar por
                última vez con aquel pico filoso para clavar, desgarrar, arrancar.
                   Pero el ave no estaba allí.
                   Se había ido.
                   Los nervios de Mike cedieron.
                   Dejó escapar un entrecortado alarido de miedo y corrió hacia la cerca,
                maltratada por el clima, que separaba el solar de la carretera. Mientras corría dejó
                caer los trozos de azulejos. Los que llevaba bajo la camisa cayeron también.
                Franqueó la cerca con una sola mano, como Roy Rogers cuando se exhibe ante
                Dale Evans. Aferró el manillar de su bicicleta y corrió junto a ella diez o doce
                metros antes de subir. Después pedaleó como un loco, sin atreverse a mirar atrás
                ni a disminuir la marcha, hasta llegar a la intersección de Pasture Road y Main
                Street, donde había mucho tráfico.
                   Cuando llegó a su casa, el padre estaba cambiando las bujías al tractor.
                Observó que el chico estaba polvoriento y desharrapado. Mike vaciló un segundo
                antes de explicar que se había caído de la bicicleta al esquivar un bache.
                   --¿No te hiciste daño, Mike? -preguntó Will, observando a su hijo con más
                atención.
                   --No, papá.
                   --¿Ninguna torcedura?
                   --Tampoco.
                   --¿Seguro?
                   Mike asintió.
                   --¿Has recogido algún recuerdo?
                   Mike metió la mano en el bolsillo y sacó la rueda dentada para mostrársela al
                padre. Will le echó una breve mirada antes de extraer un diminuto fragmento de
                azulejo de la parte carnosa del pulgar de Mike. Eso pareció interesarle más.
                   --¿Es de la vieja chimenea?
                   Mike asintió.
                   --¿Te has metido allí?
                   Mike volvió a asentir.
                   --¿No has visto nada allí dentro? -De inmediato, como para trocar la pregunta en
                chiste, aunque no había sonado nada chistosa, Will agregó-: ¿Algún tesoro
                enterrado?
                   El chico sacudió la cabeza, con una sonrisita.
                   --Bueno, no le cuentes a tu madre que estuviste curioseando por allí. Nos
                mataría, a mí y a ti. -Miró a su hijo más de cerca- . Mike, ¿seguro que estás bien?
                   --Claro.
                   --Pareces algo ojeroso.
                   --Estoy un poco cansado -explicó Mike-. No te olvides de que hay doce, quince
                kilómetros hasta allá, ida y vuelta. ¿Quieres que te ayude con el tractor, papá?
                   --No, creo que por esta semana he terminado de acondicionarlo. Ve a lavarte.
                   Cuando Mike iba a hacerlo, el padre lo llamó otra vez.
                   --No quiero que vuelvas a ese lugar -dijo-, al menos mientras no se aclare ese
                asunto y atrapen a ese bastardo. Tú no has visto a nadie por allí, ¿verdad? ¿No te
                persiguió nadie, no trataron de detenerte a gritos?
                   --No había ninguna persona, papi -dijo Mike.
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