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Eddie echa un vistazo al cambio alineado sobre el tablero del Cadillac;
                acomodar el cambio es otra de las triquiñuelas automáticas del oficio. Cuando
                llegan los peajes, no conviene andar buscando la moneda correspondiente, sólo
                para descubrir que estamos en un peaje automático sin el cambio necesario.
                   Entre las monedas hay dos o tres dólares de plata falsa. Siempre tiene unos
                cuantos a mano, porque los peajes automáticos de las autopistas de Nueva York
                los aceptan.
                   Y eso enciende otra luz en su mente: dólares de plata. Pero no esos sandwiches
                de cobre, sino dólares de plata de verdad, con la Libertad estampada en una cara,
                vestida de gasas. Los dólares de plata de Ben Hanscom. Si, pero ¿no fue Bill, o
                Ben, o Beverly, quien una vez usó esas monedas de plata para salvarles la vida?
                No está seguro. En realidad, no está seguro de nada. ¿O es que no quiere
                recordar?
                   "Allá dentro estaba oscuro -piensa súbitamente. Eso lo recuerda-. Allá dentro
                estaba oscuro."
                   Boston ya ha quedado bien atrás y la niebla comienza a levantarse. Delante
                están "Maine y toda Nueva Inglaterra". Delante está Derry, y en Derry hay algo
                que debería haber muerto hace veintisiete años, pero que de algún modo no
                murió. Algo con tantas caras como Lon Chaney. Pero ¿qué es eso, en realidad?
                ¿Acaso no lo vieron al final, como realmente era, con todas las máscaras
                descartadas?
                   Ah, recuerda tantas cosas... pero no lo suficiente.
                   Recuerda que amaba a Bill Denbrough; recuerda muy bien eso. Bill nunca se
                burlaba de su asma. Bill nunca le llamaba "mariquita llorón". Quería a Bill como
                habría querido a un hermano mayor... o a su padre. Bill sabía qué hacer. A dónde
                ir. Qué cosas ver. Bill nunca era obstáculo para nada. Cuando se corría con Bill,
                se corría como si a uno lo llevara el diablo y se reía mucho... pero nunca se perdía
                el aliento. Y nunca perder el aliento era grandioso, joder, tanto que Eddie se lo
                diría a todo el mundo. Cuando uno corría con el gran Bill, habrá risadas todos los
                días.
                   --Claro, chico, toooodos los días -dice, en una de las voces de Richie Tozier, y
                vuelve a reír.
                   Había sido idea de Bill hacer ese dique en Los Barrens, y en cierto modo fue el
                dique lo que los unió a todos. Ben Hanscom fue el que les mostró cómo
                construirlo... y lo hicieron tan bien que se metieron en líos con el señor Nell, el
                policía de la zona. Pero había sido idea de Bill. Y aunque todos, menos Richie,
                habían visto, en Derry, cosas muy extrañas, terroríficas, desde principios de ese
                año, fue Bill el primero en reunir valor para decir algo en voz alta.
                   Ese dique.
                   Ese maldito dique.
                   Se acordó de Victor Criss: "Vamos, chicos. Era un diquecito de mierda, créanme.
                Para qué lo querían."
                   Un día después, Ben Hanscom, sonriente, les decía:
                   "Podríamos.
                   Podríamos inundar.
                   Podríamos inundarlos."
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