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poco de césped y tierra, socavados por el arroyo ensanchado, caían a la corriente
con un chapoteo.
Corriente abajo, el curso del agua estaba casi vacío. Unos hilos delgados e
inquietos corrían por el centro, pero eso era casi todo. Las piedras, que habían
estado bajo el agua por un tiempo incontable, se secaban al sol. Eddie las
contempló maravillado... y con aquella sensación extraña. Ellos habían hecho eso,
ellos. Vio que una rana pasaba saltando y la imaginó pensando: "¿Adónde diablos
se ha ido el agua?" Entonces soltó una carcajada.
Ben estaba guardando sus envolturas vacías en la bolsa que había llevado para
el almuerzo. Tanto Eddie como Bill quedaron asombrados ante la abundancia de
la merienda que Ben desplegó: dos bocadillos de mermelada y mantequilla de
cacahuete, uno de fiambre, un huevo duro (con su pizca de sal en un trocito de
papel encerado retorcido), dos barras de higo, tres pastas grandes de chocolate y
un turrón.
--¿Qué dijo tu madre cuando vio la paliza que te habían dado? -preguntó Eddie.
--¿Eh? -Ben apartó la vista del estanque, cada vez mas amplio, y disimuló un
eructo tras el dorso de la nano-. Oh, bueno, yo sabía que ayer era su tarde de ir al
supermercado. Llegué a casa antes que ella, me bañé y me deshice de la ropa
que tenía puesta. Probablemente no note la falta de la sudadera porque tengo
muchas, pero voy a tener que comprarme otros vaqueros antes de que se ponga a
husmear en mis cajones.
La idea de desperdiciar el dinero en algo tan poco esencial arrojó una
momentánea tristeza al rostro de Ben.
--¿Y d-d-de tus mo-mo-moretones?
--Le dije que, en el entusiasmo de terminar las clases, salí corriendo de la
escuela y caí por los escalones de entrada.
Ben puso cara de sorpresa algo ofendida al ver que Eddie y Bill reían. Bill, que
estaba comiendo tarta de chocolate hecha por su madre, despidió un chorro de
migas pardas y sufrió un acceso de tos. Eddie, que seguía aullando de risa, le dio
unas palmadas en la espalda.
--Bueno, la verdad es que estuve a punto de caerme -dijo Ben-. Pero fue porque
Victor Criss me empujó, no porque yo fuera corriendo.
--Con esa sudadera yo me cocinaría como en un asador -dijo Bill, acabando con
el último bocado de tarta.
Ben vaciló. Por un momento pareció a punto de callar, pero al fin dijo:
--Cuando uno es gordo, conviene usar sudaderas.
--¿Por la panza? -preguntó Eddie.
Bill resopló.
--Por las t-t-t-t...
--Sí, por las tetas, y qué.
--Sí dijo Bill-, y qué.
Hubo un momento de torpe silencio. Luego Eddie dijo
--Mirad qué oscura se pone el agua que sale por ese lado del dique.
--¡Jolín! -Ben se levantó de un salto-. ¡La corriente está llevándose el relleno!
Ojalá tuviéramos cemento...