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Eddie preguntó qué iban a hacer para impedir que el agua escapara por los
flancos.
--Hay que dejarla salir. No importa.
--¿No?
--No.
--¿Por qué?
--No sé explicarlo, pero hay que dejar pasar un poco.
--¿Cómo lo sabes?
Ben se encogió de hombros. Su gesto decía: "Qué sé yo; lo sé." y Eddie guardó
silencio.
Cuando hubo descansado, Ben cogió una tercera tabla, la más gruesa de las
cuatro o cinco que había llevado laboriosamente a través de la ciudad y la puso
cuidadosamente contra la tabla inferior acuñando un extremo en el lecho del
arroyo y apretando el otro contra la tabla que Bill había sostenido. Así creó el
soporte que había dibujado el día anterior.
--Bueno -dijo, echándose atrás con una gran sonrisa-, creo que ya podéis soltar.
El material que hay entre las dos tablas soportará la mayor parte de la presión del
agua. Y el soporte se hará cargo del resto.
--¿No se irá con el agua? -preguntó Eddie.
--No. El agua lo hará clavarse más hondo.
--Y si te equivocas, te mama-mataremos -dijo Bill.
--De acuerdo -reconoció Ben.
Bill y Eddie se retiraron. Las dos tablas que formaban la base del dique crujieron
un poco, se inclinaron un poco... y eso fue todo.
--¡Guau! -se asombró Eddie.
--Es g-g-genial -dijo Bill.
--Sí -confirmó Ben-. Vamos a comer.
4.
Se sentaron a comer en la ribera, sin hablar mucho, mientras contemplaban el
agua acumulada tras el dique y las filtraciones por los extremos de las tablas.
Eddie vio que ya habían alterado un poco la geografía del arroyo: la corriente
desviada estaba abriéndole huecos a la costa. Ante la mirada de los chicos, el
nuevo curso del arroyo socavó la orilla más alejada al punto de provocar una
pequeña avalancha.
Corriente arriba, el agua formaba un estanque más o menos circular; en un
punto había llegado a sobrepasar la orilla. Unos arroyuelos brillantes, llenos de
reflejos, corrían por el pasto y la maleza. Poco a poco, Eddie comenzó a
comprender lo que Ben había sabido desde un principio: el dique ya estaba
construido. Las aberturas entre las tablas y la ribera actuaban como esclusas. Ben
no había podido explicarlo porque no conocía el término. Sobre las tablas, el
Kenduskeag había tomado un aspecto henchido. El sonido carcajeante el agua
llana, que avanzaba parloteando entre piedras y guijarros, ya no existía; todas las
rocas, corriente arriba a partir del dique, estaban cubiertas. De vez en cuando, un