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--¡Grandioso! -confirmó.
                   Él y Ben soltaron una carcajada, mientras Bill los miraba, sonriente pero
                desconcertado. Cuando Eddie le explicó el asunto, él hizo una señal de
                asentimiento.
                   --L-a-la ma-madre de Eddie t-t-tiene mi-miedo de que él se rompa y no coco-
                consiga re-repuesto.
                   Eddie resopló e hizo ademán de empujarlo al arroyo.
                   --Cuidado con lo que haces, caraculo -dijo Bill, imitando la voz de Henry Bowers-
                . Te voy a volver la cara de un puñetazo y podrás mirarte cuando te limpies.
                   Ben cayó al suelo, chillando de risa. Bill le dirigió una mirada, sin dejar de
                sonreír, con las manos en los bolsillos traseros del pantalón. Sonreía, sí, pero algo
                distante. Miró a Eddie y después señaló a Ben con la cabeza.
                   --El ch-chico está m-medio t-t-tocado -dijo.
                   --Sí -concordó Eddie. Pero algo le hacía sentir que se limitaban a representar un
                rato agradable. Bill tenía algo en la cabeza. Probablemente lo diría en su
                momento. Ahora bien: ¿Eddie tenía ganas de enterarse?-. Este chico es
                mentalmente retardado.
                   --Petardeado -sugirió Ben, aún riendo.
                   --¿V-v-vas a enseñ-ñ-ñarnos c-c-cómo se hace un dique o p-p-piensas pasarte
                el día con el c-c-culo en el suelo?
                   Ben volvió a levantarse. Miró el arroyo, que discurría a velocidad moderada. El
                Kenduskeag no era muy ancho en esa parte de Los Barrens, pero el día anterior
                los había derrotado. Ni Bill ni Eddie habían podido descubrir el modo de resistirse
                a la corriente. Pero Ben sonreía con la sonrisa de alguien que piensa hacer algo
                nuevo, algo divertido, y no muy difícil. Eddie pensó: "Él sabe cómo hacerlo; creo
                que sabe, sí."
                   --Bueno -dijo-. Tendrán que sacarse los zapatos, chicos, porque se van a mojar
                los piececillos.
                   La madre mental que Eddie llevaba en la cabeza habló de inmediato, severa y
                autoritaria como un agente de tráfico: "¡Ni se te ocurra Eddie! ¡Ni se te ocurra!
                Mojarse los pies es un modo entre mil de pescar un resfriado. Y el resfriado lleva a
                la neumonía. ¡Así que ni se te ocurra!"
                   Bill y Ben ya estaban sentados en la orilla, quitándose las bambas y los
                calcetines. Ben se enrollaba trabajosamente las perneras del vaquero. Bill miró a
                Eddie con ojos llenos de simpatía. de pronto, Eddie tuvo la seguridad de que el
                Gran Bill conocía exactamente sus pensamientos. Y se sintió avergonzado.
                   --¿V-v-vienes?
                   --Sí, claro -dijo Eddie.
                   Se sentó en la ribera para descalzarse, mientras la madre rezongaba dentro de
                su cabeza... pero su voz se estaba tornando cada vez más lejana y hueca. Fue un
                alivio notarlo; era como si alguien hubiera enganchado la espalda de su blusa con
                un anzuelo y se la estuviera llevando lejos por un largo pasillo.



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