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--Lo has arreglado -dijo Richie-. Eres un genio, tío.
Ben sonrió.
--No ha sido nada.
--Tengo cigarrillos -dijo Richie-. ¿Os apetece?
Sacó el arrugado paquete blanco y rojo de sus pantalones y lo pasó. Eddie lo
rechazó pensando en lo que podía hacer un cigarrillo a su asma. Stan también
rehusó. Bill tomó uno y Ben lo imitó, tras un instante de vacilación. Richie sacó un
librillo de cerillas y encendió primero el de Ben y luego el de Bill. Estaba a punto de
encender el suyo cuando Bill le apagó la cerilla de un soplido.
--Muchas gracias, capullo -dijo Richie.
Bill sonrió, como pidiendo disculpas.
--Tres con un solo fós-fós-fósforo -dijo-. T-t-ttrae ma-mala suerte...
--Mala suerte la de tus padres, cuando tú naciste -replicó Richie.
Y encendió otra cerilla para su cigarrillo. Después se acostó y cruzó los brazos
detrás de la cabeza, el cigarrillo entre los dientes.
--El sabor de la calidad -dijo, repitiendo la propaganda de esa marca. Después
giró la cabeza para mirar a Eddie con un guiño-. ¿Verdad, Eds?
Eddie vio que Ben lo miraba con una mezcla de admiración y cautela. Era
comprensible. Él conocía a Richie Tozier desde hacía cuatro años, pero aún no lo
entendía. Richie sacaba nueves y dieces en su boletín de calificaciones, pero
también regulares y deficientes en conducta. El padre armaba un escándalo y la
madre lloraba cada vez que pasaba eso. Entonces Richie juraba portarse mejor y
cumplía... por quince o veinte días. El problema era que Richie no podía quedarse
quieto más de un minuto seguido; en cuanto a mantener la boca cerrada, jamás.
Allí abajo, en Los Barrens, eso no le provocaba problemas, pero Los Barrens no
eran la Tierra de Nunca Jamás. Ellos sólo podían ser los Niños Salvajes por unas
pocas horas diarias (la idea de que un niño salvaje llevara un inhalador en el
bolsillo trasero hizo sonreír a Eddie). Lo único malo de Los Barrens era que uno
siempre tenía que irse. Allá fuera, en el mundo adulto, las tonterías de Richie
siempre causaban líos... entre los adultos, lo cual era grave, y entre tipos como
Henry Bowers, lo que era todavía peor.
Su llegada, esa tarde, había sido un ejemplo perfecto. Ben apenas había tenido
tiempo de decir "hola" antes de que Richie cayera de rodillas a sus pies iniciando
una serie de grotescas reverencias con los brazos y las manos abofeteando el
barro cada vez que se inclinaba. Al mismo tiempo, comenzó a hablar con una de
sus voces.
Richie tenía diez o doce voces diferentes. Una tarde de lluvia había dicho a
Eddie, en la buhardilla del garaje de los Kaspbrak, mientras leían revistas de La
pequeña Lulú, que su ambición era llegar a ser el mayor ventrílocuo del mundo.
Sería mejor que Edgar Bergen y participaría todas las semanas en El Show de Ed
Sullivan. Eddie lo admiraba por esa ambición, pero preveía dificultades. Para
empezar, todas las voces de Richie se parecían mucho a la voz de Richie Tozier.
Eso no impedía que Richie fuera divertido, de vez en cuando. Cuando se refería a
las agudezas verbales y a los pedos audibles, la terminología de Richie era la
misma: para él, eso era soltarse uno bueno y se pasaba la vida soltándose buenos
de ambas especies, generalmente cuando no debía. En segundo término, cuando
Richie oficiaba de ventrílocuo, movía los labios un poco en todos los sonidos y en