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"No -gimió Eddie-. Vete, por favor. No quiero pensar en eso."
"Vuelve, chico."
Y entonces Eddie vio algo más. En la cara de Richie no, pero en la de Stan y la
de Ben sí, seguro. Comprendió que había algo más; lo comprendió porque sentía
la misma expresión en su propia cara.
La identificación de algo conocido.
"Te la chuparé gratis."
La casa de Neibolt Street, número 29, estaba situada ante los ferrocarriles de
Derry. Era vieja y tenía las aberturas cerradas con tablas. Su porche se iba
hundiendo poco a poco en la tierra. Su jardín era un montón de hierbas crecidas.
En esas hierbas crecidas había un viejo triciclo, enmohecido y tumbado, con una
rueda asomada en ángulo.
Pero en el lado izquierdo del porche había un enorme sector desnudo y allí se
veían las sucias ventanas del sótano abiertas en los derruidos cimientos de la
casa. En una de esas ventanas, Eddie Kaspbrak había visto por primera vez la
cara del leproso, seis semanas antes.
6.
Los sábados, si Eddie no tenía con quien jugar, solía bajar a los ferrocarriles, sin
motivo alguno; simplemente, le gustaba estar allí.
Salía en su bicicleta por Witcham Street y luego cortaba hacia el noroeste, por la
carretera 2. La escuela religiosa de Neibolt Street estaba emplazada en la esquina
de Neibolt con la carretera 2. Era un edificio de madera, desvencijado pero limpio,
con una gran cruz arriba y las palabras "Dejad que los niños vengan a mí",
escritas sobre la puerta principal con grandes letras doradas. A veces, los
sábados, Eddie oía allí dentro música y canciones. Era música evangélica, pero el
que tocaba el piano lo hacía más como Jerry Lee Lewis que como un pianista de
iglesia. Tampoco las canciones sonaban muy religiosas a los oídos de Eddie,
aunque se hablaba mucho de "la bella Sión" y de "lavarse en la sangre del
cordero" y de qué gran amigo teníamos en Jesús. Pero los que cantaban parecían
estar divirtiéndose mucho para ser cantos sacros, a su modo de ver. De cualquier
modo, aquello le gustaba tanto como Jerry Lee Lewis cuando hablaba de sacudir
el esqueleto. A veces se detenía por un rato en la acera de enfrente con la
bicicleta apoyada contra un árbol, y fingía leer en el pasto, aunque en realidad se
movía al compás de la música.
Otros sábados, la iglesia estaba cerrada y en silencio. Entonces él continuaba
hacia los ferrocarriles sin detenerse, hasta donde Neibolt terminaba en un
aparcamiento lleno de hierbas crecidas en las grietas del asfalto. Allí apoyaba la
bicicleta contra la cerca de madera y se quedaba contemplando el ir y venir de los
trenes. Pasaban muchos en sábado. La madre le había dicho que, en los viejos
tiempos, se podía tomar un tren de pasajeros en ese lugar que entonces era la
estación de Neibolt. Pero los trenes de pasajeros habían dejado de pasar al
iniciarse la guerra de Corea.
Pero por Derry seguían pasando los grandes trenes de mercancías. Se dirigían
hacia el sur cargados de papel, fibra de madera y patatas, o hacia el norte, con