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Will encendió un cigarrillo, moviendo la cabeza.
--Creo que hice mal en mandarte allá. Esos lugares... a veces son peligrosos.
Sus ojos se encontraron por un instante.
--Está bien, papá -dijo Mike-. De cualquier modo, no quiero volver. Me dio un
poco de miedo.
El padre volvió a menear la cabeza.
--Cuanto menos se diga, mejor, supongo. Ahora ve a lavarte. Y di a tu madre
que ponga tres o cuatro salchichas más.
Mike así lo hizo.
6.
"Eso ya no importa -pensó Mike Hanlon, mirando los surcos que llegaban hasta
el parapeto del canal-. Eso ya no importa. De cualquier modo pudo haber sido un
sueño, y además..."
En el borde del canal había manchas de sangre reseca. Mike las observó.
Después bajó la vista al canal. El agua negra pasaba suavemente. A los lados de
cemento se adherían cintas de sucia espuma amarillenta, que a veces se
liberaban para flotar corriente abajo, en perezosas curvas. Por un momento, sólo
por un momento, dos manojos de esa espuma se unieron para formar una cara,
una cara de niño, con los ojos vueltos hacia arriba, en un rictus de terror y agonía.
Mike dio un respingo.
La espuma se separó, perdiendo otra vez significado. En ese momento Mike oyó
un fuerte chapoteo a su derecha. Giró bruscamente la cabeza, encogiéndose un
poco, y por un instante creyó ver algo en las sombras del túnel de salida, donde el
canal volvía a la superficie, tras su paso por debajo de la ciudad.
De inmediato desapareció.
De pronto, helado y temblando, el chico buscó en el bolsillo la navaja que había
encontrado en el pasto y la arrojó al canal. Se oyó un pequeño chapoteo que
provocó un oleaje; se inició en un círculo, pero la corriente le dio forma de punta
de flecha. Después, nada.
Nada, salvo el miedo y la mortífera certidumbre de que algo, muy cerca, lo
estaba observando, calculando sus posibilidades, tomándose tiempo.
Giró, con intención de caminar hacia su bicicleta (correr habría sido dignificar
esos miedos y perder la propia dignidad), pero entonces volvió a sonar aquel
chapoteo, más potente. Al cuerno con la dignidad. Mike echó acorrer en busca del
portón y de su bicicleta. Subió y salió pedaleando a toda prisa. El olor a mar fue,
de inmediato, muy denso... demasiado denso. Estaba en todas partes. Y el agua
que goteaba de las ramas mojadas hacía demasiado ruido.
Algo venía hacia él. Oyó pasos acechantes, arrastrados, en el césped.
Se irguió sobre los pedales, aplicando toda su fuerza, y voló por Maine sin mirar
atrás. Se dirigió hacia su casa a toda velocidad preguntándose qué demonios le
había hecho huir.
Después trató de pensar en sus tareas, en todas sus tareas y en nada más que
en sus tareas. Al cabo de un rato tuvo éxito.