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--Tienes razón -dijo Richie, con voz ronca-. Esto da miedo. No me explico cómo
                soportas entrar solo.
                   --Él e-e-era ni-mi her-hermano -dijo Bill-. A veces m-m-me v-vienen g-gganas.
                   En las paredes había pósters para niños. En uno estaban los sobrinos del Pato
                Donald marchando hacia la espesura con uniforme de boy scouts. Otro, coloreado
                por el mismo George, mostraba a mr. Do deteniendo el tráfico para que un grupo
                de niños cruzara la calle hacia la escuela. Abajo decía: "Mr. Do dice ¡Espera la
                señal del guardia!" "El niño no se preocupaba mucho por escribir recto", pensó
                Richie y se estremeció. El niño tampoco podría mejorar jamás su caligrafía. Richie
                miró la mesa que había junto a la ventana. La señora Denbrough había puesto allí
                todos los boletines de notas de George, entreabiertos. Al mirarlos, sabiendo que
                no habría ningún otro, sabiendo que George había muerto antes de aprender a no
                pasarse del borde al colorear, sabiendo que su vida había terminado eterna e
                irrevocablemente con esos pocos boletines de parvulario y primer grado, la ruda
                verdad de la muerte abrumó a Richie por primera vez. Era como si una gran caja
                de hierro cayera en su cerebro hundiéndose allí. "¡Yo también puedo morir! -gritó
                su mente, de pronto, con traicionado horror-. ¡Cualquiera puede morir!"
                   --Oh, Dios, Dios -balbució, y no pudo agregar nada más.
                   --Sí -dijo Bill casi en un susurro. Se sentó en la cama de George-. Mira.
                   Richie vio el álbum de fotografías cerrado en el suelo. "Mis fotografías -leyó
                Richie-. George Denbrough, edad 6 años."
                   "¡Seis años! -Chilló su mente-. ¡Seis años para siempre! ¡A cualquiera podría
                pasarle! ¡A cualquiera, joder! "
                   --Est-estaba ab-ab-abierto -apuntó Bill-. Antes.
                   --Se cerró -dijo Richie, intranquilo, sentándose en el borde de la cama, junto a
                Bill, para mirar el álbum-. Muchos libros se cierran solos.
                   --Las hoj-hoj-hojas, sí, p-p-pero la t-tapa nu-nunca. Y s-s-se cerró.-Bill miró a
                Richie con solemnidad, muy oscuros los ojos en su cara pálida y cansada-. P-p-
                pero qu-quiere que t-t-tú lo ab-ab-abras de n-n-nuevo.
                   Richie se levantó para acercarse lentamente al álbum. Estaba al pie de una
                ventana enmarcada por cortinas claras. Al mirar hacia fuera, vio el manzano de los
                Denbrough, en el patio, un columpio se balanceaba lentamente de una rama negra
                y retorcida.
                   Miró otra vez el libro de George.
                   Una mancha seca, parda, coloreaba el espesor de las hojas en el medio del
                libro. Parecía salsa de tomate reseca. Seguramente George había estado
                comiendo una hamburguesa mientras miraba su álbum; un mordisco y un poco de
                ketchup salpicó el libro. Los peques siempre hacían torpezas como ésa. Podía ser
                ketchup. Pero Richie sabía que no lo era.
                   Tocó el álbum y enseguida apartó la mano. Estaba muy frío. Allí donde estaba,
                el fuerte sol de verano, apenas filtrado por las ligeras cortinas, debía de haber
                estado calentándolo todo el día. Pero estaba frío.
                   "Mejor lo dejo -pensó Richie-. De cualquier modo, no quiero mirar este álbum
                estúpido, lleno de gente que no conozco. Mejor le digo a Bill que cambie de
                opinión. Iremos a su habitación a leer revistas. Después me iré a casa a cenar y
                me acostaré temprano porque estoy cansado. Y mañana, cuando despierte, estaré
                seguro de que esto es sólo ketchup. Sí, señor."
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