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Se vieron en una fotografía que los triplicaba en edad o poco menos. Richie
                sintió súbitamente que la boca se le resecaba como polvo, como vidrio. Pocos
                pasos más adelante de los niños, en la foto, un hombre sujetaba el ala de.su
                sombrero, con el sobretodo congelado eternamente en un flameo, arrebatado por
                una ráfaga que llegaba de atrás. En la calle había un Ford T, un PierreArrow y un
                Chevrolet con estribos.
                   --N-n-no p-p-puedo cre-creer... -comenzó Bill.
                   Y entonces la foto empezó a moverse.
                   El Ford T que habría debido permanecer eternamente inmóvil en medio del
                cruce de calles (al menos, hasta que los productos químicos de la vieja foto
                acabaran de disolverse) pasó a través de ella exhalando una niebla de vapores
                por el escape y siguió rumbo a Up-Mile Hill. Una mano pequeña y blanca asomó
                por la ventanilla del conductor para indicar giro a la izquierda. Giró en Court Street
                y pasó más allá del blanco borde de la foto perdiéndose de vista.
                   El Pierce-Arrow, los Chevrolet, los Packard, todos comenzaron-a circular.
                Después de veintiocho años, los faldones de aquel sobretodo concluyeron, por fin,
                su flameo y el hombre se ajustó el sombrero en la cabeza para seguir caminando.
                   Los dos chicos completaron el giro quedando de frente. Un momento después,
                Richie vio que ambos habían estado mirando a un perro callejero que venía
                trotando por Center. El niño del traje de marinero, Bill, se llevó los dedos a la boca
                y silbó. Richie aturdido, notó que ola el silbido, así como los motores de los
                automóviles. Eran ruidos leves, como si los oyera a través de un vidrio grueso,
                pero allí estaban.
                   El perro echó un vistazo a los dos niños y siguió corriendo. Los chicos se
                miraron, riendo como tontos. Iban a seguir caminando, pero el Richie de bambas
                tomó a Bill del brazo y señaló el canal. Entonces giraron en esa dirección.
                   "No-pensó Richie-, no, no hagan eso..."
                   Se acercaron al muro de cemento y súbitamente el payaso asomó sobre el
                borde como de una horrible caja de sorpresas, un payaso con la cara de Georgie
                Denbrough, el pelo aplastado hacia atrás, la boca con vertida en una odiosa
                sonrisa de pintura sangrante, agujeros negros en los ojos. Una mano llevaba tres
                globos en un cordel. La otra se alargó hacia el niño del traje de marinero y lo tomó
                del cuello.
                   --¡N-n-no! -gritó Bill, estirando la mano hacia la foto... hacia el interior de la foto.
                   --¡No, Bill! -gritó Richie y lo sujetó.
                   Llegó casi demasiado tarde. Vio que la punta de los dedos de Bill atravesaban la
                superficie de la foto para entrar en ese otro mundo. Vio que la punta de aquellos
                dedos perdían el rosa cálido de la carne viva para tomar el color de croma
                momificada que pasa por blanco en las fotos viejas. Al mismo tiempo, se volvieron
                pequeñas y desconectadas. Era como esa peculiar ilusión óptica que vemos al
                hundir la mano en un cuenco de vidrio lleno de agua: la mano hundida parece
                estar flotando descarnada a varios centímetros del brazo que ano tenemos fuera
                del agua.
                   Una serie de cortes en diagonal tajeaban los dedos de Bill allí donde dejaban de
                ser sus dedos para convertirse en dedos de foto; era como si hubiera metido la
                mano entre las paletas de un ventilador.
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