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Abrió el álbum con manos que parecían estar a mil kilómetros de él en el
extremo de largos brazos de plástico-y vio caras y casas en el álbum de George,
las tías, los tíos, los bebés, las plazas, los viejos Ford y Studebaker, los barzones,
las verjas, baches llenos de agua lodosa, un tiovivo en la feria de Esty, la torre
depósito, las ruinas de la fundición Kitchener...
Sus dedos pasaron las páginas cada vez más deprisa, hasta que las fotos se
acabaron. Volvió atrás, no quería hacerlo, pero no pudo impedirlo. Allí había una
foto del centro de Derry: las calles Main y Canal, tomada alrededor de 1930; más
allá, nada.
--Aquí no hay ninguna foto escolar de George -dijo Richie, mirando a Bill con una
mezcla de alivio y exasperación .. ¿Qué clase de trola quisiste hacerme tragar,
Gran Bill?
--¿Q-q-qué?
-La última foto del álbum es ésta. El resto de las páginas está en blanco.
Bill se levantó de la cama para reunirse con él. Contempló la foto de Derry tal
como había sido casi treinta años antes, con sus coches y sus camiones
anticuados, sus anticuadas farolas formadas por racimos de globos que parecían
grandes uvas blancas y los peatones que caminaban úunto al canal, captados en
medio de un paso por el chasquido del obturador. Volvió la página y, tal como
Richie acababa de decir, no había nada más.
No, un momento: nada no. Allí había un único esquinero, de los que se usan
para montar fotografías en un álbum.
--Estaba aquí -dijo Bill, golpeando el esquinero con un dedo-. Mira.
--¡Cuernos! ¿Qué le habrá pasado?
--N-n-no s-s-sé.
Bill había cogido el álbum de manos de Richie y lo tenía ya en su regazo. Volvió
las páginas buscando la foto de George. Renunció al cabo de un minuto, pero las
páginas no: se volvieron solas girando lentamente y sin pausa. Bill y Richie se
miraron con los ojos dilatados y volvieron a fijar la vista en el libro.
Llegó otra vez a la última fotografía y las páginas dejaron de pasar. Allí estaba el
centro de Derry en color sepia: la ciudad, tal como había sido mucho antes de que
Bill y Richie nacieran.
--¡Eh! -exclamó Richie, quitando el álbum a Bill. En su voz ya no había miedo; de
pronto, su cara estaba llena de extrañeza-. ¡Joder!
--¿Q-q-qué? ¿Qué p-p-pasa?
--¡Nosotros! ¡Aquí estamos nosotros, mira!
Inclinados sobre el álbum, compartiéndolo, ambos parecían niños ensayando en
un coro. Bill aspiró profundamente y Richie comprendió que él también había visto.
Atrapados bajo la lustrosa superficie de esa vieja fotografía en blanco y negro,
dos niños caminaban por Main hacia la intersección con Center, punto donde el
canal se hacía subterráneo a lo largo de dos kilómetros. Los dos destacaban
claramente contra el bajo muro de cemento que bordeaba el canal. Uno llevaba
bambas. El otro vestía con una especie de traje marinero y una gorra de tweed.
Estaban en escorzo en relación con la cámara, como si miraran algo al otro lado
de la calle. El niño de las bambas era Richie Tozier, sin lugar a dudas. Y el de la
gorra de tweed, Bill el Tartaja.