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matado de un tiro. Pero no era un revólver, sólo un barquito. No quisiste hacerle
daño. Por el contrario-agregó Richie, levantando un dedo para agitarlo ante Bill
con aires de abogado-. Sólo querías que el pequeño se divirtiera un poco, ¿no?
Bill recordó con desesperada intensidad. Lo que Richie acababa de decir lo
hacía sentir mejor con respecto a la muerte de George, por primera vez en meses,
pero una parte de él insistía, con tranquila firmeza, en que no podía sentirse mejor.
Claro que fue culpa tuya, insistía esa parte de él; no del todo, tal vez, pero sí en
parte.
"De lo contrario, ¿por qué hay un sitio tan frío en el sofá, entre tu padre y tu
madre? De lo contrario, ¿por qué nadie dice nada en la mesa durante la cena?
Ahora sólo se oyen los tenedores y los cuchillos hasta que tú no aguantas más y
preguntas si p-p-puedes levantarte, p-p-por favor."
Se hubiera dicho que él mismo era el fantasma, una presencia que hablaba y se
movía, pero sin ser oída ni vista, apenas una cosa vagamente percibida, pero
nunca aceptada como real.
No le gustaba la idea de ser culpable, pero lo único que se le ocurría para
explicar la conducta paterna era mucho peor: que todo el amor y la atención
recibidos antes de sus padres habían sido, de algún modo, provocados por la
presencia de George; al desaparecer George, no quedaba nada para él. Y todo
eso había pasado al azar, sin motivo alguno. Y si uno aplicaba el oído a esa
puerta podía oír los vientos de locura que soplaban dentro.
Por eso repasó lo que había hecho, sentido y dicho el día de la muerte de
Georgie; una parte de él tenía la esperanza de que Richie tuviera razón; otra parte
deseaba, con igual fuerza, que no fuera así. Él no había sido un santo con
George, por cierto. Se habían peleado muchas veces. ¿Ese día, tal vez?
No, no se habían peleado. Para empezar, Bill todavía no estaba lo
suficientemente repuesto como para pelearse con su hermano. Había estado
durmiendo, soñando algo, soñando con una tortuga un animalito curioso, no
recordaba cuál. Al despertar, la lluvia estaba amainando y George murmuraba
para sus adentros, tristemente, en el comedor. Preguntó a George qué pasaba. Él
le dijo que estaba tratando de hacer un barco de papel como lo enseñaba su Libro
de actividades, pero que le salía siempre mal. Bill le dijo que le llevara el libro. Y
allí, sentado junto a Richie en los escalones del seminario, recordó cómo se
habían encendido los ojos de su hermanito cuando el barco de papel quedó bien y
lo feliz que se había sentido también él de que Georgie lo considerara un tipo
estupendo, capaz de cualquier cosa. Se había sentido, en suma, como un gran
hermano mayor.
El barquito había matado a George, pero Richie tenía razón: no era como haber
dado a George un revólver cargado para que jugara. Bill no podía adivinar lo que
iba a pasarle.
Aspiró hondo, estremecido, sintiendo como si una roca cayera rodando desde su
pecho. De pronto se sintió menor, mucho mejor con respecto a todo.
Abrió la boca para decírselo a Richie, pero en cambio rompió en llanto.
Alarmado, su amigo lo rodeó con un brazo (después de mirar alrededor, para
asegurarse de que no estaban a la vista de nadie que pudiera tomarlos por dos
maricas).