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la bicicleta a velocidad de crucero. Los dos estaban perdidos, desaliñados y
                cansadísimos.
                   Stan les preguntó si querían ir a su casa para jugar al Monopoly, o a las damas,
                pero ninguno aceptó. Se estaba haciendo tarde. Ben, cansado y deprimido, dijo
                que iría a su casa para ver si alguien había devuelto los libros que había sacado
                de la biblioteca. Tenía esperanza de que así fuera, porque la biblioteca municipal
                insistía en escribir la dirección de quien llevaba el libro, no sólo su nombre, en la
                tarjeta de devolución de cada volumen. Eddie dijo que iría a ver el Show del rock,
                por televisión, porque actuaría Neil Sedaka y él quería saber si Sedaka era negro.
                Stan le dijo que no fuera estúpido; bastaba oírlo para darse cuenta de que era
                blanco. Eddie aseguró que con oírlo no podía saber nada; hasta el año anterior
                había estado completamente seguro de que Chuck Berry era blanco, pero cuando
                se presentó en Bandas de América resultó ser negro.
                   --Por suerte, mi madre todavía lo cree blanco -dijo-. Si descubriera que es negro,
                probablemente no me dejaría escucharlo.
                   Stan apostó a Eddie cuatro cómics a que Neil Sedaka era blanco y los dos se
                desviaron juntos hacia la casa de Eddie para arreglar el asunto.
                   Y allí estaban Bill y Richie, siguiendo un rumbo que, al cabo de un rato, los
                llevaría a la casa de Bill. Ninguno de los dos decía gran cosa. Richie se descubrió
                pensando en el relato de Bill sobre la fotografía que le había guiñado el ojo. A
                pesar de su cansancio, se le ocurrió una idea. Era una locura, pero también tenía
                su atractivo.
                   --Billy -dijo-, hagamos un alto. Estoy rendido.
                   Bill refunfuñó pero se detuvo.
                   Puso a Silver en el borde del verde prado del seminario teológico y se sentó con
                Richie en los amplios escalones de piedra que llevaban al gran edificio victoriano.
                   --Q-q-qué día -protestó Bill, sombrío. Tenía ojeras y estaba muy pálido-. S-s-será
                mejor q-q-que llames a tu casa cu-cu-cuando lleg-lleguemos a la mía. P-p-para q-
                q-que tus p-p-padres no se preocupen.
                   --Claro. Seguro. Oye, Bill...
                   Richie hizo una momentánea pausa pensando en la momia de Ben, en el
                leproso de Eddie y en lo que Stan había estado a punto de contarles. Por un
                segundo, algo nadó en su propia mente, algo acerca de esa estatua de Paul
                Bunyan que había en el centro municipal. Pero eso había sido sólo un sueño, por
                el amor de Dios.
                   Apartó esos pensamientos irrelevantes y dijo:
                   --Vamos a tu casa, ¿qué te parece? Echemos un vistazo a la habitación de
                Georgie. Quiero ver esa foto.
                   Bill miró a Richie, espantado. Trató de hablar, pero no pudo. Su tensión era
                demasiado grande. Se conformó con sacudir la cabeza.
                   Richie dijo:
                   --Ya escuchaste lo que contó Eddie. Y lo de Ben. ¿Crees en lo que dijeron?
                   --N-n-no s-s-sé. C-C-Creo que v-v-vieron a-aalgo.
                   --Sí. Yo también. Con todos esos chicos que han asesinado por aquí, creo que
                ellos también habrían tenido cosas para contar. La única diferencia entre Ben,
                Eddie y esos chicos es que a Ben y a Eddie no los atraparon.
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