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--Agujeros Morlock -dijo Bill sin tartamudear. Ni él ni su padre se dieron cuenta.
--Sí. Para eso son las bombas de los agujeros Morlock, como te decía, y
funcionan bastante bien, salvo cuando llueve demasiado y se desbordan los
arroyos. Porque, aunque los desagües de gravedad y las cloacas con bombas
deberían ser sistemas separados, en realidad se entrecruzan por toda la zona.
¿Lo ves? -Dibujó una serie de cruces que irradiaban desde la línea que
representaba al Kenduskeag. Bill asintió-. Bueno, lo único que necesitas saber
sobre desagües es que el agua va donde puede. Cuando sube mucho, comienza
a llenar los desagües, además de las cloacas. Cuando el agua de los desagües
sube al punto de llegar a esas bombas, se producen cortocircuitos. Eso me
complica la vida, porque a mi me toca arreglarlas.
--¿Q-q-qué tam-tamaño t-t-tienen las c-cloacas y los des-desagües, papá?
--¿Te refieres al diámetro?
Bill asintió.
--Las cloacas principales pueden tener hasta un metro ochenta de diámetro. Las
secundarias, que vienen de las zonas residenciales, un metro veinte, uno y medio,
calculo; tal vez las haya algo más grandes. Y te diré una cosa, Billy, y repítesela a
tus amigos: no entréis nunca en esos tubos, ni para jugar ni por motivo alguno.
--¿Por qué?
--Desde 1885, hubo diez o doce gobiernos diferentes que las fueron
construyendo. Durante la Depresión se instaló todo un sistema secundario de
drenaje y otro terciario de cloacas; por entonces había mucho dinero para obras
públicas. Pero los tíos que se encargaron de esos proyectos murieron en la guerra
y, unos cinco años después, el departamento de aguas descubrió que los planos
habían desaparecido en su mayor parte. Unos cuatro kilos de planos
desaparecieron sin dejar rastro entre 1937 y 1950. Eso quiere decir que nadie
sabe a dónde van esas malditas tuberías ni por qué.
--Mientras funcionan, a nadie le importa. Cuando dejan de funcionar, el
departamento de aguas envía a tres o cuatro pobres tíos que deben descubrir qué
bomba se estropeó o dónde está el atascamiento. Y cuando bajan, más les vale
prepararse. Está oscuro, huele mal y hay ratas. Todos son buenos motivos para
no meterse, pero hay otro más importante: que uno puede perderse. No sería la
primera vez.
"Perdidos debajo de Derry. Perdidos en las cloacas. Perdidos en la oscuridad."
La idea era tan horrible, tan escalofriante, que Bill enmudeció por un momento.
Luego dijo:
--Pero ¿nunca ma-ma-mandaron a alguien a hacer un mapa...?
--Tengo que terminar estas clavijas -dijo Zack abruptamente, volviéndole la
espalda-. Ve a ver qué echan por la tele.
--Pe-pe-pero, pa-papá...
--Anda, Bill.
Y Bill sintió otra vez la frialdad. Aquella frialdad convertía las cenas en una
especie de tortura mientras su padre hojeaba publicaciones especializadas en
electricidad (quería conseguir un ascenso para el año siguiente) y su madre leía
sus interminables novelas de misterio británicas: Marsh, Sayers, Innes, Allingham.
Comiendo en esa frialdad, la comida perdía su sabor; era como comer cenas
congeladas. A veces, después, subía a su dormitorio y se tendía en la cama