Page 466 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 466
--... entonces el "taelus" lo ma-mamataba y se lo c-c-comía. El alma, supongo.
P-p-pero si el ho-hom-bre hacía reír p-p-primero al "t-taelus", él se tenía que ir
lejos p-p-por ci-cien a-aaños.
--Y el libro, ¿no dice de dónde viene algo así? -preguntó Ben.
Bill negó con la cabeza.
--¿Te crees algo de todo eso? -preguntó Stan, como si quisiera burlarse y no
hallara fuerza mental ni moral para hacerlo.
Bill se encogió de hombros.
--C-c-c-casi lo c-creo.
Parecía a punto de decir algo más, pero meneó la cabeza y guardó silencio.
--Eso explica muchas cosas -dijo Eddie-. El payaso, el leproso, el hombre-lobo...
-Miró a Stan-. Y los niños muertos, supongo.
--Este trabajo es a medida para Richard Tozier -dijo Richie con la voz de locutor
de noticiero cinematográfico-. El hombre de los mil chistes y los seis mil acertijos.
--Si te lo encargáramos a ti, nos mataría a todos -dijo Ben-. Lentamente. Con
gran sufrimiento.
Todos volvieron a reír.
--Bueno, pues entonces ¿qué hacemos? -inquirió Stan.
Una vez más, Bill sólo pudo mover la cabeza... y sintió que casi lo sabía. Stan se
levantó.
--Vámonos a otra parte -dijo-. Se me está durmiendo el culo.
--A mi me gusta estar aquí -dijo Beverly-. Hay sombra y se está bien. -Echó un
vistazo a Stan-. Supongo, que quieres hacer cosas de críos, como ir al vertedero a
romper botellas a pedradas.
--A mi me gusta romper botellas a pedradas -dijo Richie, levantándose junto con
Stan-. Es que llevo dentro a un James Dean, nena. -Se levantó el cuello de la
camisa y empezó a dar grandes pasos, como Dean en "Rebelde sin causa"-. Me
hacen sufrir -dijo con cara de malhumor, rascándose el pecho-. Ya entiendes,
claro. Mis padres. La escuela. La so-cie-dad. Todos. Son las presiones, nena. Es...
--Es una porquería -dijo Beverly con un suspiro.
--Tengo algunos petardos -dijo Stan.
Todos se olvidaron de los "glamoures", los "manitúes" y la mala imitación de
Richie al ver el paquete de petardos que Stan acababa de sacar de su bolsillo.
Hasta Bill quedó impresionado.
--P-por Dios, St-St-Stan, ¿de d-d-dónde los has sacado?
--Me los dio ese chico gordo con el que voy a la sinagoga algunas veces. Se los
cambié por revistas de "Superman" y "La pequeña Lulú".
--¡Vamos a hacerlos estallar! -exclamó Richie-. Vamos a hacerlos estallar,
Stanny, y no le diré a nadie que tú y tu papá mataron a Jesucristo, lo prometo,
¿qué te parece? Diré que tienes la nariz pequeña, Stanny. ¡Les diré que no estás
circuncidado!
Beverly se desternilló de risa. Y Bill. Y también Eddie. Al cabo de un momento,
hasta Stan los imitó. Esas risas flotaron sobre la ancha corriente del Kenduskeag,
en aquella víspera del día de la Independencia; era un sonido de verano, brillante
como rayos de sol rebotando en el agua. Ninguno de ellos vio los ojos naranja que
los miraban fijamente desde un matorral de espinos y moras silvestres, a la
izquierda. Esas zarzas cubrían la ribera a lo largo de diez metros. En el centro