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sujetando su contraído estómago y pensaba: "Castiga, exhausto, el poste tosco y
                recto, e insiste, infausto, que ha visto los espectros." Pensaba en eso cada vez
                más desde la muerte de Georgie, aunque hacía dos años que su madre le había
                enseñado el trabalenguas. En su mente había tornado un sentido de talismán: el
                día en que pudiese acercarse a su madre y pronunciar esa frase sin tartamudear
                ni detenerse, mirándola a los ojos, la frialdad se disiparía y a ella se le iluminarían
                los ojos y lo abrazaría, diciendo: "¡Magnífico, Billy! ¡Qué bien lo has hecho!"
                   Naturalmente, no había contado eso a nadie. No habrían podido arrancárselo ni
                arrastrándolo con caballos salvajes; ni el potro ni el látigo le habrían hecho
                renunciar a esa fantasía secreta que guardaba en el centro de su corazón. Si
                llegaba a pronunciar esa frase, la que ella le había enseñado como por
                casualidad, una mañana de sábado, mientras él y Georgie veían dibujos animados
                en la tele, eso sería como el beso que había despertado a la Bella Durmiente de
                su frío sueño para volverla al cálido mundo del amor del Príncipe Azul.
                   "Castiga, exhausto, el poste tosco y recto, e insiste, infausto, que ha visto los
                espectros."
                   Tampoco lo contó a sus amigos aquel 3 de julio. En cambio, les explicó lo que su
                padre le había dicho sobre los sistemas cloacales y de desagüe de Derry. Era un
                niño al que las invenciones le surgían fácil y naturalmente (a veces con más
                facilidad que la verdad); por lo tanto, la escena que pintó fue muy diferente de la
                que había servido de marco a la conversación: él y su padre, dijo, habían estado
                viendo la tele y tomando café juntos.
                   --¿Tu padre te deja tomar café? -preguntó Eddie.
                   --P-p-por sup-supuesto.
                   --Oh -exclamó Eddie-. Mi madre no me deja. Dice que la cafeína es peligrosa. -
                Hizo una pausa-. Pero, ella toma a montones.
                   --Mi padre me deja tomar café -dijo Beverly-. Pero si supiera que fumo, me
                mataría.
                   --¿Por qué estáis tan seguros de que está en las cloacas? -preguntó Richie,
                mirando alternativamente a Bill y a Stan Uris.
                   --P-p-porque t-t-todo apunta allí -dijo Bill-. L-l-las voces que oyó Be-be-beverly
                ve-venían del sumidero. Y la s-s-sangre. C-cuando el pa-payaso nos p-p-
                persiguió, esos b-botones naranja estaban junto una b-b-boca de t-tormenta. Y
                Ge-georgie...
                   --No era un payaso, Gran Bill -dijo Richie-. Ya te lo he dicho. Ya sé que parece
                una locura, pero era un hombrelobo. -Miró a los otros, a la defensiva-. Lo juro. Yo
                lo vi.
                   Bill dijo:
                   --Para ti fue un hom-b-b-bre-l-llobo.
                   --¿Eh?
                   --¿N-no te das c-c-cuenta? Ti viste un homb-bre-l-l-lobo por la pe-película que d-
                d-dieron en el A-a-aladdin.
                   --No entiendo.
                   --Creo que yo sí -apuntó Ben, en voz baja.
                   --F-f-fui a la bi-blioteca y lo b-bbusqué -insistió Bill-. Creo que es un gl-gl... -Hizo
                una pausa, forzando la garganta, y lo escupió-: "Glamour".
                   --¿Clamor? -preguntó Eddie, dubitativo.
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