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año habían tenido varios encuentros desagradables con los niñatos de la escuela
                primaria municipal a los que su amigo llamaba "mierditas secas". Henry estaba
                acostumbrado a dominarlos y aterrorizarlos, pero desde marzo venían burlándolo
                una y otra vez. Habían perseguido a uno de ellos, Tozier, el cuatro-ojos, hasta
                Freese, sólo para perderlo cuando parecían tenerlo seguro. Y en el último día de
                clases, el chico Hanscom...
                   Pero a Victor no le gustaba pensar en eso.
                   Lo que le preocupaba era esto, simplemente: que Henry pudiera llegar
                "demasiado lejos". Qué era "demasiado lejos", prefería no pensarlo. Pero su
                intranquilo corazón planteaba la pregunta.
                   --Lo atraparemos y lo llevaremos a la carbonera -dijo Henry-. Tengo pensado
                ponerle un par de petardos en los zapatos para ver si baila.
                   --Pero los M-80 no, Henry, ¿eh?
                   Si Henry pretendía algo así, Victor se largaría. Con un M-80 en cada zapato, ese
                negro perdería los pies, y eso si era llegar "demasiado lejos".
                   --De ésos tengo sólo cuatro -dijo Henry sin apartar la vista de la espalda de Mike
                Hanlon. La distancia se había reducido a setenta y cinco metros, de modo que
                habló en voz baja-. ¿Crees que voy a desperdiciar dos en un negro roñoso?
                   --No, Henry, claro.
                   -Le pondremos sólo un par de petardos en los zapatos -dijo Henry-. Después lo
                dejaremos desnudo y arrojaremos la ropa a Los Barrens. A lo mejor, al ir a
                buscarla se enreda en hidra venenosa.
                   --También podemos revolcarlo en el carbón -dijo Belch. Sus ojos, antes opacos,
                estaban relucientes-. ¿Te parece bien, Henry?
                   --Buena idea, sí -respondió el otro con un tono indiferente que a Victor no
                terminó de gustarle- Lo revolcaremos en el carbón tal como lo revolqué en el barro
                la vez pasada. Y... -Henry sonrió, mostrando los dientes que ya empezaban a
                estropearse, aunque sólo tenía doce años-. Tengo que decirle algo. Creo que la
                vez pasada no me oyó.
                   ¿De que se trata, Henry? -preguntó Peter. Peter Gordon sólo sentía interés y
                entusiasmo. Provenía de una de las "buenas familias" de Derry. Vivía en
                Broadway Oeste y, dentro de dos años, lo enviarían al instituto de Groton... por lo
                menos, eso creía él, aquel 3 de julio. Era más inteligente que Vic Criss pero como
                no llevaba mucho tiempo en el grupo, no se daba cuenta del modo en que Henry
                iba degenerando.
                   --Ya te enterarás -dijo Henry- Ahora cállate, que nos estamos acercando.
                   Estaban a veinticinco metros de Mike. Henry iba a abrir la boca para ordenar el
                ataque cuando Moose Sadler disparó el primer petardo del día. Moose había
                comido tres platos de habas la noche anterior y el pedoneo sonó como un disparo.
                   Mike se volvió. Henry vio que dilataba los ojos.
                   --¡Cogedlo! -aulló.
                   Mike permaneció petrificado por un instante. Luego salió disparado para salvar
                la vida.




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