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pensó Bill, porque no había mejor sitio para disparar cohetes. Se los podía poner
                bajo envases de hojalata y ver cómo volaban por el aire, o encender las mechas y
                dejarlos caer en una botella, y de inmediato poner pies en polvorosa. Las botellas
                no siempre estallaban, pero habitualmente sí.
                   --Ojalá tuviésemos algunos petardos M-80 -suspiró Richie, sin saber que muy
                pronto le arrojarían uno a la cabeza.
                   --Dice mi madre que la gente debe conformarse con lo que tiene -dijo Eddie con
                tanta solemnidad que todos rieron.
                   Cuando pasó la risa, todos volvieron la vista hacia Bill.
                   Él pensó por un rato y dijo:
                   --C-c-conozco otro l-lugar. En el e-e-extremo de Los Ba-barrens, junto a las ví-
                vías del f-f-ferrocarril, hay un fo-foso de g-g-grava...
                   --¡Sí! -exclamó Stan, levantándose-. ¡Lo conozco! ¡Eres un genio, Bill!
                   --Allí sí que harán eco -dijo Beverly.
                   --Bueno, vamos -dijo Richie.
                   Y los seis, faltando uno para el número mágico, caminaron a lo largo del
                barranco que rodeaba el vertedero. Mandy Fazio levantó la vista y los vio
                recortados contra el cielo azul, como indios que salieran de cacería. Pensó
                gritarles que Los Barrens no eran buen lugar para los chicos, pero volvió a su
                trabajo. Por los menos no estaban en su vertedero.



                   7.

                   Mike Hanlon pasó corriendo junto a la escuela religiosa sin detenerse y voló por
                Neibolt hacia las vías del ferrocarril. En los ferrocarriles había un portero, pero el
                señor Gendron era muy viejo y aún más sordo que Mandy Fazio. Además, en
                verano le gustaba pasar la mayor parte del día durmiendo en el sótano, junto a la
                caldera silenciosa, tendido en una derrengada tumbona, con el "Derry News" en el
                regazo. Mike podía gastarse el puño y la voz golpeando la puerta y llamando al
                viejo para que le dejase entrar; Henry Bowers lo alcanzaría y lo despedazaría.
                   Así que siguió corriendo.
                   Pero no a ciegas; trataba de hacerlo con ritmo, dominando la respiración, sin
                exigirse a fondo. Henry, Belch y Moose Sadler no le ofrecían problemas. Aun
                cuando estaban frescos, corrían como búfalos heridos. Victor Criss y Peter
                Gordon, en cambio, eran mucho más veloces. Al pasar junto a la casa donde Bill y
                Richie habían visto al payaso (o al hombre-lobo), echó una mirada atrás y se
                alarmó al comprobar que Peter Gordon estaba reduciendo la distancia. Le sonreía
                alegremente, con una sonrisa deportiva y juguetona.
                   Al aparecer la verja con su letrero de, "Propiedad privada - Prohibida la entrada",
                Mike se vio, obligado a exigirse a fondo. No había dolor, su respiración era rápida
                pero controlada, sabía, sin embargo, que empezaría a dolerle todo el cuerpo si
                tenía que mantener ese ritmo durante mucho tiempo.
                   La verja estaba abierta a medias. Echó una segunda mirada atrás y vio que
                había recuperado un poco de ventaja. Victor iba unos diez pasos más atrás que
                Peter; los otros, cuarenta o cincuenta metros mas allá. Pero le bastó ese vistazo
                para notar la sombría furia de la cara de Henry.
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