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oía sino la propia respiración de Mike y el tintineo musical de la alambrada. Henry
y los otros iban trepando la cerca.
Mike cruzó un triple juego de vías. Al cruzar el segundo grupo de rieles, tropezó;
en su tobillo se encendió un breve dolor. Se levantó y siguió corriendo. Allá atrás
se oyó un golpe seco: Henry había saltado desde lo alto de la alambrada.
--¡Ve preparando el culo, negro! -aulló.
El yo razonador de Mike había decidido que su única posibilidad estaba en Los
Barrens. Si lograba llegar hasta allí podría esconderse entre los matojos, en los
cañaverales... o, si las cosas llegaban a un punto desesperante, ocultarse en uno
de aquellos tubos de drenaje.
Podría hacer todo eso, tal vez... pero en el pecho tenía una furiosa chispa sin
relación alguna con su yo razonador. Comprendía que Henry lo persiguiera a la
menor oportunidad, pero lo, de "Mr. Chips"... matar a "Mr. Chips"... "¡Mi perro no
era un negro, hijo de puta, cobarde de mierda!", pensaba Mike mientras corría y su
desconcertada furia iba en aumento.
Luego oyó otra voz, la de su padre: "No quiero que te pases la vida huyendo...
tienes que mirar muy bien dónde pisas. Tienes que preguntarte si Henry Bowers
vale la pena..."
Mike había estado corriendo en línea recta a través de las vías, rumbo a los
cobertizos de almacenamiento. Detrás de ellos, otra alambrada separaba los
terrenos del ferrocarril de Los Barrens. Había planeado escalar esa verja y saltar
al otro lado, pero en lugar de hacerlo giró bruscamente a la derecha hacia el foso
de grava.
El foso se había usado como carbonera hasta 1935, más o menos, a fin de
aprovisionar los trenes que pasaban por Derry. Después vinieron las locomotoras
Diesel y los trenes eléctricos. Por varios años desapareció el carbón (cuyos restos
fueron robados por quienes tenían calderas a carbón). Un contratista local había
excavado la grava existente, pero desde su quiebra, en 1955, el pozo estaba
desierto. Un desvío de los rieles llegaba hasta allí y volvía a su origen, pero estaba
opaco de herrumbre y lleno de hierbas entre los durmientes podridos. En el foso
mismo crecían los pastos rivalizando con los girasoles por lograr espacio. Y entre
la vegetación aún había abundante escoria de carbón.
Sin dejar de correr, Mike se quitó la camisa. Al llegar al borde del foso miró
atrás. Henry iba cruzando las vías con sus compañeros diseminados alrededor.
Eso quizá estaba bien.
Avanzando tan rápido como pudo, con la camisa a modo de bolsa. Mike recogió
cinco o seis puñados de terrones duros. Luego volvió hacia la alambrada, llevando
la camisa por las mangas. En vez de trepar por la malla de alambre, apoyó la
espalda contra ella y dejó caer el carbón, del que recogió dos trozos.
Henry no vio el carbón; sólo vio que el negro estaba atrapado contra la
alambrada. Y corrió hacia él, chillando.
--¡Ésta va por mi perro, hijo de puta! -gritó Mike, sin darse cuenta de que había
comenzado a llorar.
Arrojó uno de los trozos, que golpeó a Henry en la frente con un fuerte ruido.
Henry cayó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza. La sangre le brotó entre
dedos como por ensalmo.