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Los otros se detuvieron, patinando, con idéntica incredulidad reflejada en la cara.
Henry soltó un agudo grito de dolor y volvió a levantarse, sin dejar de apretarse la
cabeza. Mike le arrojó otro trozo de carbón, pero el chico lo esquivó y echó a
andar hacia él. Cuando Mike arrojó un tercer trozo, Henry apartó una mano, de la
frente herida y desvió el proyectil con un gesto casi indiferente. Sonreía de oreja a
oreja.
--¡Ah, qué sorpresa te vas a llevar! ¡Qué sorp...! ¡"Oh"!
Quiso decir algo más, pero de la boca sólo le brotaban sonidos inarticulados,
como gárgaras. Mike había arrojado otro trozo de carbón y éste lo había golpeado
directamente en la garganta. Henry volvió a caer de rodillas. Peter Gordon quedó
boquiabierto. Moose Sadler tenía la frente arrugada, como si tratara de resolver un
difícil problema de matemáticas.
--¿Vosotros a qué esperáis? -logró preguntar Henry. La sangre manaba entre
sus dedos. Su voz sonaba mohosa y su acento, extranjero-. ¡Atrapadlo! ¡Atrapad a
ese capullo negro!
Mike no esperó para comprobar si los otros obedecían o no. Dejó caer la camisa
y saltó hacia lo alto de la alambrada. Cuando empezaba a subir, sintió que unas
manos ásperas le aferraban el pie. Al mirar hacia abajo, se encontró con la cara
contraída de Henry Bowers manchada de sangre y carbón. Liberó su pie de un
tirón dejando la bamba en manos de Henry. Impulsó la planta descalza contra la
cara de Henry y oyó que algo crujía. El otro volvió a aullar y retrocedió,
tambaleándose, con la mano contra la nariz que sangraba a chorros.
Otra mano, la de Belch Huggins, le tironeó por un instante de los vaqueros, pero
logró liberarse. Pasó una pierna por el borde de la alambrada. Y entonces algo lo
golpeó con fuerza cegadora en un lado de la cara. Algo caliente le goteaba por la
mejilla. Otras cosas le golpearon en la cadera, en el antebrazo, en el muslo: le
estaban arrojando sus propios proyectiles.
Se dejó colgar por un momento, sosteniéndose con las manos y luego cayó,
rodando dos veces sobre sí mismo. Allí, el suelo cubierto de pastos duros iba en
pendiente; tal vez eso le salvó la vista, hasta la vida: Henry se había acercado otra
vez a la alambrada y acababa de arrojar uno de sus cuatro M-80. Estalló con un
terrorífico ¡"crrrack"!, que levantó ecos e hizo volar una amplia porción de pasto.
Mike, con los oídos resonantes, dio una voltereta y se levantó, tambaleándose.
Ya estaba entre las hierbas altas, en el borde de Los Barrens. Se pasó una mano
por la mejilla derecha y la retiró ensangrentada. Eso no lo preocupo mucho; no
esperaba salir indemne de esa aventura.
Henry le arrojó un petardo, pero Mike lo esquivó sin dificultad.
--¡Vamos a atraparlo! -rugió Henry y empezó a trepar por la cerca.
--Coño, Henry, no sé...
Para Peter Gordon aquello había llegado demasiado lejos; por primera vez se
encontraba en una situación que, de pronto, se había vuelto salvaje. Las cosas no
tenían que ponerse sangrientas, al menos para el bando propio, cuando las
posibilidades eran tan favorables a uno.
--Será mejor que lo sepas -dijo Henry mirando a Peter desde la mitad de la
alambrada. Colgaba allí como una araña con forma humana. Sus ojos doloridos se
clavaron en su amigo; la sangre los enmarcaba por ambos lados. La patada de