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cadera izquierda haciéndolo rodar de espaldas. Sus ojos lanzaron una llamarada
hacia el gordo.
--¡A las chicas no se les arrojan piedras! -aulló Ben. No recordaba haberse
sentido tan enfurecido en su vida-. ¡No sé...!
De pronto vio, una llama en la mano de Henry: estaba encendiendo una cerilla.
La arrimó a la gruesa mecha del M-80 y arrojó el petardo a la cara de Ben. El
chico, sin pensar, lo desvió con la palma de la mano como con un raquetazo y el
M-80 volvió por donde había venido. Henry lo vio llegar, abriendo los ojos, y rodó
para apartarse, entre gritos. El petardo estalló una fracción de segundo después,
ennegreciendo la camisa de Henry por la espalda; parte de la tela voló por los
aires.
Un momento después, Ben recibió un golpe de Moose Sadler que lo arrojó de
rodillas. Su dentadura se cerró contra la lengua, arrancándole sangre. Parpadeó,
aturdido. Moose venía hacia él, pero antes de que pudiera llegar, Bill se interpuso
y le lanzó una andanada de piedras. Moose giró en redondo, aullando.
--¡Me has atacado por detrás, gallina! -gritaba enfurecido-. ¡Cobarde traidor!
Mientras se recuperaba para contraatacar, Richie apareció junto a Bill y empezó
a disparar sus municiones contra Moose sin dejarse impresionar por la retórica del
enemigo en cuanto a qué constituía o no un ataque de gallina; los había visto
perseguir de a cinco a un solo chiquillo asustado y no le parecía que eso los
pusiera a la altura del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda. Una de sus
pedradas partió la ceja izquierda del retardado. Moose aulló.
Eddie y Stan Uris se sumaron a Bill y Richie. Beverly también se acercó, con el
brazo herido pero con los ojos encendidos. Volaban las piedras. Belch Huggins
gritó al recibir una en el codo y empezó a saltar torpemente, frotándose. Henry se
puso de pie, con la camisa hecha jirones, aunque la piel permanecía casi
milagrosamente indemne. Antes de que pudiera volverse, Ben Hanscom le arrojó
una piedra a la nuca y volvió a hacerle caer.
Fue Victor Criss quien más daño hizo a los Perdedores aquel día. En parte,
porque tenía una puntería bastante buena, pero sobre todo, paradójicamente,
porque participaba muy poco, en el plano emocional. Cada vez sentía menos
ganas de estar allí. Las batallas a pedradas podían tener graves consecuencias:
fractura de cráneo, dientes rotos, hasta un ojo cegado. Pero ya que estaba allí,
pensaba hacer su parte.
Esa frialdad le permitió tomarse treinta segundos más y recoger un puñado de
piedras de buen tamaño. Arrojó una contra Eddie, mientras los Perdedores
recomponían su línea, y le dio en el mentón. El chico cayó, llorando y sangrando.
Ben giró hacia él, pero Eddie ya se estaba poniendo de pie, con la sangre
grotescamente colorida contra su piel pálida; sus ojos parecían ranuras.
Victor disparó contra Richie y le dio en el pecho. La pedrada fue devuelta, pero
Vic la esquivó con facilidad y arrojó una contra Bill Denbrough. Bill echó la cabeza
atrás, pero le faltó velocidad: la piedra le abrió un tajo en la mejilla.
Bill se volvió hacia Victor. Sus miradas se encontraron y el gamberro vio algo en
los ojos del tartamudo que lo asustó como el mismo diablo. Absurdamente, en los
labios le temblaron las palabras. "¡Me arrepiento!" Pero eso no era algo que uno
dijera a un niño. A menos que uno estuviese dispuesto a que los propios
compañeros lo pusieran negro a insultos.